Por Tania Díaz Castro.
La historia de la diabólica familia de los Mercader, desconocida para los cubanos, aparece en todos sus detalles en el libro del español Gregorio Luri El cielo prometido, una mujer al servicio de Stalin, algo que nos confirma una vez más que la dictadura castrista ha sido siempre refugio de todo aquel que profesa su misma ideología, aunque sea un asesino.
Este escritor español dedicó más de veinte años a terminar de escribir una de las historias más sórdidas del siglo XX: el asesinato de León Trotski, perpetrado por el catalán Ramón Mercader con la ayuda de Caridad, su madre cubana, diplomática en los años sesenta en la Embajada de Cuba en París.
Seguro de que salvaba el comunismo soviético, el 20 de agosto de 1940 Mercader hundió un hacha de alpinista en el cráneo del viejo político ruso, desterrado en México, por encargo de José Stalin, quien hizo todo lo posible por desaparecer a su gran rival y enemigo; un crimen que forma parte indisoluble de sus decenas de miles de muertos, y que aun así sigue siendo fuente inspiradora de gobiernos como el de Cuba y otros.
En más de una ocasión Raúl Castro ha dicho que, en su presencia, no se puede hablar mal de Stalin.
Ramón Mercader fue condenado a veinte años de cárcel, mientras su madre luchaba su fuga. Pero Mercader cumplió hasta el último día su castigo y fue puesto en libertad el 6 de mayo de 1960, para trasladarse años después a La Habana, donde permaneció varios días, coincidiendo, cosa curiosa, con Yuri Paporov, agente de la KGB y agregado de prensa de la extinta Novosti.
La investigación de Luri sobre Mercader, la más completa con la que contamos hoy, nos ha permitido conocer a fondo el papel que jugó la dictadura castrista en toda esta historia. Los oscuros vínculos que existieron entre los hermanos Castro, Caridad y el asesino, todo muy bien oculto durante más de medio siglo por la prensa nacional y los historiadores oficialistas, nos hacen pensar que muchas otras cosas podemos descubrir pues siguen flotando en el aire por su mal olor.
Por ejemplo, la visita inesperada de Leonid Ilich Bréznev, jefe de la KGB soviética, cuando arribó a La Habana el 28 de enero de 1974 para reunirse con Fidel y Raúl Castro, un poco antes de la llegada de Mercader a Cuba, cuando en Moscú el mismo Bréznev había aprobado al fin su solicitado regreso a la isla desde 1968.
Lo que hablaron sobre el asesino de Trotski los políticos aquellos días nunca se supo. Mercader siempre estuvo vigilado por agentes del Ministerio del Interior y, además, estaba pronto a morir. El Kremlin sabía el tiempo que le quedaba de vida. En una fiesta de la KGB, en el treinta aniversario de la victoria soviética contra los nazis, había recibido como regalo un reloj pulsera radioactivo, para producirle cáncer de hueso.
Fidel Castro lo recibió como un huésped de honor, aunque en Cuba jamás exhibiera en su solapa la Orden de Héroe de la URSS. Obtuvo una residencia en la lujosa zona de La Puntilla de Miramar, a pocos metros de la playa, y allí vivió, aunque poco tiempo, en compañía de su esposa e hijos adoptivos, hasta morir el 18 de octubre de 1978.
Lo vieron en múltiples oportunidades los amigos que tuvo: el viejo presidente del Partido Socialista, Juan Marinello; Nicolás Guillén, quien le dedicó un poema, el cineasta Tomás Gutiérrez Alea y otros.
En Cuba lo atendió el oncólogo Zoilo Marinello, un hombre que, por su comprometida trayectoria política, se vio obligado a callar el origen de la enfermedad mortal de Mercader. Murió en 1990 y ha recibido numerosas condecoraciones póstumas no sólo en las ciencias, sino como defensa de la Patria y el comunismo internacional.
Unos días antes de morir Mercader, llegó a La Habana Santiago Carrillo, el hombre que, siendo presidente de la Juventud Comunista de España en 1936, había participado en la matanza de miles de españoles anticomunistas en la localidad de Paracuellos, cerca de Madrid, enterrados en grandes fosas cavadas por las mismas víctimas.
Mercader pidió ver a su gran amigo. Quería rogarle morir en Barcelona, su tierra natal. Pero Carrillo se negó a verlo.
El cadáver de Mercader fue trasladado rápidamente a Moscú, donde no quería ser enterrado y donde se puede saber la prueba del crimen.
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