Por Iván García.
Ahora mismo, el secreto mejor guardado en Cuba son los protocolos de sucesión del presidente cubano, el general de ejército Raúl Castro Ruz, tras su retiro en febrero de 2018.
Les cuento lo que se rumorea entre algunos funcionarios cercanos al hermético equipo de asesores y parientes de pesos pesados en el Consejo de Estado.
Una fuente bien informada asegura: “El hombre está loco por retirarse, aspira a estar más tiempo con sus hijos y nietos y poder viajar por el mundo. Se va a jubilar de verdad. Y me parece que va a dejar el cargo de primer secretario del partido. A él siempre le ha gustado estar en la sombra”.
Un tecnócrata conectado con las élites de poder afirma que “la sucesión no llega en el mejor momento. Pero Raúl habla en serio cuando dice que se va. De buena tinta supe que Miguel Díaz-Canel y su esposa, Lis Cuesta, a quienes en los últimos meses la prensa estatal les ha ido creando una imagen presidenciable, estudian inglés a fondo y se preparan para dirigir el país”.
Un ex oficial de seguridad personal, señala que “a Díaz- Canel se le han asignado nuevos recursos, técnicas de comunicaciones y logísticas de un probable presidente”.
Mientras en sus parrillas informativas, los medios oficiales nos siguen atiborrando con noticias de éxitos productivos y una supuesta lealtad popular a Raúl y su difunto hermano, el cronograma sucesorio no se detiene.
Falta poco más de diez meses para el día D. Presumiblemente, a partir de la noche del próximo 24 de febrero, la república sea gobernada por un presidente civil sin el apellido Castro.
Una fuente consultada considera que “tras su retiro, Raúl va a forzar la jubilación de varios de los históricos, entre ellos Machado Ventura y Ramiro Valdés. Su hijo, Alejandro Castro Espín, coronel del Ministerio del Interior, conservará ciertas cuotas de poder, y Mariela seguirá vendiendo la imagen de tolerancia hacia la homosexualidad, pero no tendrán cargos muy relevantes. El poder detrás del poder serán los militares. Todo está previsto. Vendrán cambios profundos de corte económico: si no se aumenta el poder adquisitivo de la población, se potencia el consumo y se aprovecha el capital monetario e intelectual del exilio, Cuba jamás saldrá del pantano. El desgaste político y las fallas sistémicas han creado condiciones propicias para el surgimiento de una aguda crisis social que nadie sabe cómo puede terminar. Por eso se producirán nuevos cambios”.
En Cuba, donde la mejor cualidad de la prensa estatal es no decir nada y camuflar la realidad cotidiana, los rumores dentro de las alcantarillas del poder son más creíbles que las noticias oficiales.
Raúl Castro es un eterno conspirador. Que levante la mano el analista o periodista que previó las negociaciones secretas con Estados Unidos y el restablecimiento de relaciones el 17 de diciembre de 2014.
Vaticinar en una nación tan hermética puede ser un fiasco. Pero hubo ciertas señales. Durante la sesión legislativa del monocorde parlamento nacional, en diciembre de 2015, gradualmente comenzó un retroceso de las reformas raulistas. Marino Murillo, el zar de esas reformas, desapareció de las fotos oficiales.
A tono con la crisis venezolana, que provocó recortes de un 40% en la importación de combustible, los Lineamientos Económicos propulsados por Raúl Castro se frenaron en seco.
La visita de Barack Obama a Cuba, en marzo de 2016, fue el vaso que colmó la copa. El ala más conservadora comenzó a imponer sus reglas de juego.
Sin el carisma y el protagonismo de su hermano, Castro II ha demostrado ser más eficaz para armar equipos negociadores y ha tenido mayores éxitos en política exterior. Desde restablecer relaciones diplomáticas con Estados Unidos, sin apenas conceder nada a cambio, actuar de mediador en el encuentro en La Habana entre las Iglesias ortodoxa y católica, el acuerdo de paz en Colombia hasta la condonación de una parte considerable de la deuda financiera.
Sus reformas en la agricultura han fracasado. Todavía la gente espera el vaso de leche que prometió en un discurso pronunciado en Camagüey el 26 de julio de 2007. Aquel día, Raúl Castro dijo: “Hay que borrarse de la mente eso de los 7 años (edad en que los niños en Cuba dejan de recibir una cuota de leche por la libreta de racionamiente); llevamos 50 años diciendo que hasta los 7 años. Hay que producir leche para que se la tome todo el que quiera tomarse un vaso de leche”.
La Ley de Inversiones Extranjeras no ha podido atraer alrededor de 2,500 millones de dólares anuales. La zafra azucarera y la producción de alimentos no despegan, obligando al régimen a derogar todos los años poco más de dos mil millones de dólares en la importación de alimentos.
Excepto el turismo, el programa de asistencia médica compensada o misiones internacionalistas y las remesas familiares, el resto de los renglones económicos y de exportación decrecen o no aumentan lo suficiente.
Sectores vitales de la industria no son rentables y sus equipamientos están obsoletos. El déficit de viviendas, transporte y servicios públicos es abrumador. Los precios para acceder a internet en los hogares son delirantes. El silencio sobre la gasolina especial y las especulaciones entre la ciudadanía, de un remake del ‘período especial’, no han sido ventilados por el ejecutivo.
Raúl Castro apenas se asoma a la palestra pública. Después de las honras fúnebres de Fidel en noviembre de 2016, haber presidido el parlamento en el pasado mes de diciembre y apariciones esporádicas en Cumbres del Caribe y la CELAC, su presencia es casi imperceptible.
Gobierna en modo hibernación. Con el piloto automático encendido. Nada se sabe sobre el proceso de reunificación monetaria. Los cacareados Lineamientos Económicos, los cuales solo se han cumplido en un 21 por ciento, parecen ser letra muerta.
Según una ex periodista oficial, hoy residente en Miami y que tuvo un trato cercano con Raúl Castro a finales de los años 80, su aparente comportamiento errático puede tener varias lecturas.
“Raúl no es voluntarista como su hermano. Tampoco es de dejar las tareas a medias como hacía Fidel. Supongo que debe estar ocupado preparando a Díaz-Canel, para que termine la labor, o implemente nuevas reformas de calado. Creo que Díaz-Canel va a jugar un papel importante en el futuro de Cuba. Desde ya los reporteros deben enfilarle sus cañones”, apunta la ex periodista.
La sensación que se percibe en la calle es que la Isla anda al pairo. El panorama no pinta bien. El futuro se mantiene entre signos de interrogación. Las puertas de la emigración se cierran. Y el salario sigue siendo una broma de mal gusto.
Los más optimistas, que son los menos, rezan para que el general guarde un plan de emergencia en alguna gaveta de su buró. Los pesimistas, que son los más, consideran que con Raúl, Díaz-Canel o cualquier otro de los pretorianos del socialismo verde olivo, la vida en Cuba continuará igual. A veces mal. Otras veces peor.
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