martes, 5 de enero de 2021

Cuba en 2021: entre radicales anda el juego.

Por Ernesto Pérez Chang.

¿Qué panorama espera a Cuba en 2021?

Si con el año que se ha ido se hubiesen marchado además los problemas que aún atormentan a los cubanos entonces habría motivos para celebrar, pero sucede que 2021 promete otros 12 meses de angustias no solo para la economía, en tanto el escaso dólar estadounidense marcará el ritmo de nuestras vidas (y, por tanto, también de nuestras muertes), sino que en lo político los traumas sociales se agudizarán en la medida que el descontento popular y la represión aumenten a niveles jamás vistos en la Isla en los últimos 30 años.

El régimen comunista sabe de su impopularidad, del callejón oscuro en el que se adentra empecinadamente, pero sobre todo del aumento del ejército de decepcionados dentro de las propias filas “revolucionarias” e incluso del Partido Comunista donde las bajas por decisión personal, es decir, por hartazgo en la militancia son multitudinarias, al mismo tiempo que los “crecimientos” se vuelven insignificantes, de acuerdo con lo que va trascendiendo “extraoficialmente” sobre los balances de la organización política en los días finales del año. 

Sin dudas, en Cuba asistimos a un quiebre del sistema que no se reduce solo a las finanzas sino que los últimos acontecimientos han mostrado un panorama político nunca antes visto en la Isla donde, en lo que respecta a las fuerzas opositoras, se constata no solo vitalidad, renovación y crecimiento (aunque aún faltan líderes no solo con propuestas realistas y viables, sino con capacidad de negociación y de ofrecer garantías de supervivencia reales a las partes, y eso es esencial) pero, además, un cambio de signo hacia la izquierda radical, incluso desde los mismos principios ideológicos de lo que fue la Revolución en los años 60 del siglo pasado, de modo que se puede afirmar que la bestia pudiera morir víctima de su propio veneno aunque, eso sí, muy lentamente.

Me llama poderosamente la atención que una buena parte de la “novísima disidencia”, incluso del “nuevo periodismo independiente”, está situada, al menos a nivel discursivo, en ese lugar del espectro político que años atrás ocupara el Gobierno de Cuba como “paradigma” casi absoluto de la izquierda mundial. Hablo de muchísimo antes de que los militares mutaran en empresarios y secuestraran por completo la economía, lo cual los vuelve casi invulnerables en tanto no hay fuerza política opositora dentro de Cuba, por muy sólidos y atractivos que sean sus argumentos, con tanto poder económico y con una red de influencias y de apoyo hacia lo externo tan amplia, coordinada y compleja como la de los principales actores del régimen. Esa es la pura realidad.

No obstante, y he aquí el punto más sensible en la ecuación, el régimen cubano, con su renuencia y su temor patológico a que los cambios deriven en pérdida del poder absoluto, con el aumento de la represión más el anuncio de que posiblemente han de venir más “leyes mordaza”, se ha ido desplazando hacia el otro extremo del espectro político, dejando atrás, nacida de su propio rastro y de sus despojos, una oposición que para nada es “centrista” como muchos la definen equivocadamente sino tan radical como lo fuera su opuesto en los años iniciales, con todo lo “bueno” y lo “malo” que traen las revoluciones populistas.

Una “nueva oposición” y una “nueva prensa independiente” que han ido ganando simpatías en las izquierdas latinoamericanas e incluso en varios gobiernos europeos, que han logrado ocupar lugares en medios de prensa que hace 10 años atrás se identificaban con el discurso de Fidel Castro y, sobre todo, que en redes sociales marchan con gigantesca ventaja respecto a su contrario, atado a un discurso reactivo, reaccionario, que lo aproxima mucho más a los gobiernos de extrema derecha y que lo va alejando peligrosamente de sus viejos aliados de la izquierda.

Así, no solo se debilitan las “complicidades” que alguna vez parecieron sólidas sino que a lo interno las fragmentaciones son ahora mucho más visibles, casi al punto del desmoronamiento, sobre todo a raíz de la apertura de la red comercial en dólares y el alza de los precios de bienes y servicios. 

Entonces, mirando a lo interno, para una “masa” moldeada y horneada por las radicalizaciones del pensamiento de Fidel Castro, que hoy se siente huérfana y desamparada con la muerte del líder, incluso que se descubre traicionada y sin esperanzas, esta nueva oposición, que llama al cambio desde el socialismo porque se define de izquierda, socialista, marxista, ha llegado como el Mesías que no han sabido parir —o no han querido— los herederos del poder en Cuba.

No han querido porque, aunque parezca que existen afinidades ideológicas entre los contrarios y que pudiera en algún momento ocurrir una reconciliación, o darse la oportunidad del diálogo, la verdad es que nunca ocurrirá porque los propósitos reales de ambos apuntan en diferentes direcciones. Es una oposición que pretende una restauración del sistema, un “reseteo”, porque supone que ha habido un “descarrilamiento” y es, al mismo tiempo, un poder que aspira a convertirse en un híbrido de los modelos chino y ruso, aunque como resultado obtenga el modelo norcoreano. 

Es un poder que ha mutado en lo que fuera su opuesto y es, quizás como consecuencia del vacío dejado en la izquierda más “romántica”, “idílica”, una oposición que, en su debido momento, de instalarse en el poder, pudiera incluso llegar a rehabilitar a esa cuadrilla de “descartados” y “defenestrados” que fue apartada cuando los militares-empresarios se hicieron no solo con la “batuta nacional” sino con toda la “orquesta”. Estas “rehabilitaciones” pudieran ser usadas como estrategia de legitimación dentro de las estructuras institucionales del régimen pero también como gesto de “garantía de vida” frente a quienes aún dudan o temen al cambio por la violencia que pudiera traer aparejado.

Y es que a esa oposición que indudablemente va ganando terreno en las redes sociales aún le falta una figura capaz de saltar de lo virtual a lo real, un líder que inspire confianza. Pero eso debería ocurrir ya, sin más dilación, porque es cuestión de muy poco tiempo, en tanto el grupo que controla el poder político no acaba de parir un verdadero líder, capaz de hacer retornar a los “revolucionarios decepcionados”.

Lo cierto es que dos equipos no pueden jugar como contrarios en un mismo lado de la cancha, y ese forcejeo violento, a ratos caótico, confuso, es lo que estaríamos presenciando ahora. Una izquierda enfrentada con ella misma, o mejor dicho, con sus propios fantasmas. 

Una nueva disidencia y hasta un nuevo periodismo independiente que, durante el mandato de Obama, sin dudas fueron aupados en secreto, propiciados (más que tolerados), por el propio oficialismo con la finalidad de ofrecer señales de apertura, crear una “oposición suave”, “dócil”, “favorable” —que además sirviera para extinguir ese otro periodismo independiente más radical— pero que ahora, cuando se pretende una depuración de todo cuanto significa estorbo, han sido convenientemente echados en el mismo saco junto con aquellos otros medios más “confrontacionales”. 

Porque lo que en principio fue una estrategia astuta del propio régimen, se convirtió con la inesperada llegada de Donald Trump en una traumática pesadilla. Así, de continuar ganando en influencias, las propuestas socialistas de la nueva oposición desangrarán las filas del oficialismo, pudiendo desembocar en un quiebre definitivo del sistema donde una izquierda radical sustituirá a otra, haciendo del “problema cubano” el cuento de nunca acabar.

Porque se trata de una izquierda opositora que, por lo que se lee en redes sociales, en las publicaciones de sus figuras más visibles, se ha apropiado —no creo que desde la parodia sino desde la fe más “partidista”— de la discursividad de su contrario, con frases que revelan los mismos esquemas ideológicos, lo cual pone en jaque y desarticula los presupuestos del “continuismo” de Miguel Díaz-Canel, incluso echando mano a su eslogan de “pensar como país” pero, también, a la idea de que “Revolución es cambiar todo lo que deba ser cambiado”, y desde la convicción raulista de que “sí se pudo, sí se puede y sí se podrá”, incluso con “Himno del 26 de Julio” de fondo, aunque en voz de la nueva disidencia. 

Es así de complejo y peculiar el escenario que nos dejó 2020 y será, además, el de 2021. Otro año igual de duro y angustioso. No importa quién sea el inquilino de la Casa Blanca o cuán dispuesto esté a negociar una nueva “normalización”, la realidad es que a lo interno de Cuba se están dando fenómenos de radicalización ideológica de las fuerzas políticas y de fragmentación del poder que dibujan otro universo bien diferente al del deshielo de Obama.

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