La mayoría de los especialistas en materia económica, con la lógica excepción de los defensores a ultranza de regímenes como el cubano, aceptan que los precios libremente fijados por el mercado son los que garantizan un mejor funcionamiento de la economía. En estas condiciones, por lo general, se concilian los intereses de los productores y de los consumidores, al tiempo que todos los actores económicos reciben constantemente una información acerca de las condiciones en que opera el mercado.
Antes del advenimiento de la Tarea Ordenamiento en enero de 2021, había en nuestra sociedad pequeños bolsones de precios de mercado, reconocidos por documentos como la Conceptualización del Modelo Económico y Social. Eran espacios donde operaban los trabajadores por cuenta propia, sin la injerencia del Estado, mejor abastecidos que las tiendas gubernamentales, con precios y tarifas algo superiores a los oficialistas, pero que no llegaban a constituir una espiral inflacionaria.
A partir de la implementación de la Tarea Ordenamiento se desató una inflación galopante, lo mismo en los establecimientos estatales, que en los gestionados por los nuevos actores económicos (cooperativistas, mipymes y trabajadores por cuenta propia). Una inflación que se manifiesta, excepto en los insuficientes productos que se ofertan por la libreta de racionamiento, en el resto de los artículos de consumo, incluyendo los surtidos de los mercados agropecuarios.
Ante el creciente descontento de la población, las autoridades han tomado algunas medidas para intentar frenar el ascenso de los precios. Les han otorgado facultades a los territorios para que topen determinados precios; ha habido concertaciones de precios entre productores y consumidores, en especial en el sector agropecuario, y también se han impuesto infinidad de multas a productores y prestadores de servicios, cuyos precios y tarifas han sido calificados como “abusivos y especulativos”.
Sin embargo, muy poco se ha avanzado en la solución del problema. Es como si nadie quisiera realmente acatar las disposiciones gubernamentales. Los productores porque los precios topados casi nunca logran cubrir la totalidad de sus costos de producción, y muchos de los consumidores debido a que son conscientes de que los topes de precios hacen desaparecer de inmediato los productos del mercado.
Así las cosas, durante las recientes sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular se dio a conocer que el pasado 21 de julio entró en vigor la Resolución 148/2023 Metodología para la elaboración de las fichas de costo y gastos de productos y servicios para la evaluación de precios y tarifas. Se trata de una directiva que pretende normar centralmente la formación de los precios y tarifas a todos los productos que se comercializan en el país, tanto por las empresas estatales como por las formas de gestión no estatales.
Las fichas de costo establecerán límites para la inclusión de los gastos indirectos de producción, y también de los márgenes de ganancia que deberán agregarse a los costos para conformar el precio final. Y muy importante: se fijarán precios límites para los productos importados que actualmente ofertan las mipymes.
Aquí nos topamos con un primer problema. Es el referido a quién va a confeccionar las referidas fichas de costo. Habría que darles una activa participación en ello a los productores y prestadores de servicios, que son quienes conocen realmente la magnitud de sus gastos. Pero si se realiza centralmente, desde un buró, ya le auguramos un rotundo fracaso.
Por otra parte, la gran variabilidad de los precios internacionales de los insumos y materias primas que necesita para producir una economía abierta como la cubana, podría hacer que cualquier ficha de costo, por muy bien que se confeccione, quede obsoleta en breve tiempo.
De todas maneras, tanto los precios topados, como los concertados y los que salgan de las fichas de costo, son precios, de una forma u otra, permeados por el burocratismo. Los bolsones del mercado, con su espontaneidad eficiente, van desapareciendo paulatinamente, y la economía se aleja cada vez más del rumbo que podría encauzarla hacia la prosperidad.
Doscientos veinte pesos por un dólar en las calles de Cuba y se estima que por estos días el precio de la moneda continúe en ascenso, reduciendo aún más el valor real de los salarios en una realidad donde, irónicamente, es la tenencia del billete verde quien marca las diferencias sociales entre pobres y menos pobres, porque aquí la palabra “riqueza” no tiene demasiado sentido y apenas puede ser atribuida a un pequeñísimo grupo de personas refugiadas bajo el paraguas del poder político.
No hay dólares suficientes en la calle. En los bancos (donde ni siquiera hay moneda nacional) hace tiempo que nadie los encuentra pero, paradójicamente, los altos precios de todo, incluso en los comercios estatales, se rigen por esa tasa informal que aun así estaría demasiado baja con respecto a lo que habría de ser el verdadero “des-valor” del peso cubano, en una economía donde nada se produce, nada se exporta en cantidades significativas y donde, por tanto, ya nadie lo deja demasiado tiempo en su bolsillo porque de muy poco sirve si no se lo convierte en dólares, en euros, sobre todo si en algún momento se pretende emigrar, o al menos aguantar la estrepitosa caída de un régimen que posiblemente viva sus últimos días.
Una “caída” que quizás no sea la que algunos esperan, pero sí la que existe como simple “mutación” en los planes de quienes saben -modelo más ruso que chino mediante- por dónde se encamina la cosa, sobre todo cuando las mismísimas familias de quienes han estado en el poder, o asociadas a este, por más de medio siglo, no solo son las que han encabezado las oleadas migratorias (la de ahora, sobre todo, pero igual las anteriores), sino además las que siempre se han apresurado a invertir capital o a prestar sus nombres en esos cientos de negocios (pequeños y no tan pequeños), fundamentalmente con base en Miami y Panamá, y que en buena medida son los principales responsables de la fuga de capital, en tanto muy poco del dinero que hacen se queda en Cuba.
Y eso más que una “ironía” es una desvergüenza de nuestra historia, porque los mismos que en los años 80 lanzaron huevos contra los “gusanos” e incluso desde mucho antes criminalizaron la tenencia de dólares, son los que hoy han salido a “lucharlos” solo para beneficio “familiar” y, por carambola, para sostén de un régimen que aborrece la moneda nacional y que, bien consciente de que el plan de promesas (todas sin cumplir) ya no funciona, que de los ingenuos quedan muy pocos en sus filas de “leales” y que van sobrados de oportunistas y “traidores”, se prepara a aguantar el impacto de la caída. Y no hay mejor amortiguador en política que un buen colchón de billetes verdes (mejor si está en el exterior).
Me llama la atención, pero no me sorprende, que los más “ilustres” de la Asamblea Nacional se enreden (y se camuflen) en debates que siempre terminan en preguntas sin respuestas (y en regaños a las cámaras de la TV) sobre las verdaderas causas de la crisis y, en especial, la “falta de liquidez”, cuando todo el mundo sabe hacia dónde están fluyendo esos dólares y pesos que la banca cubana dice no tener, o mejor dicho: “retener”.
Los dólares se van, y no siempre en las maletas de quienes emigran por desesperación, o al menos no en las cantidades que suponemos, superadas en centenares de veces por los dólares que guardan en sus equipajes, sin temor alguno a la Aduana, esos que entran y salen a su antojo, en virtud de la “confianza revolucionaria” en ellos depositada.
Se trata de una verdadera élite de “ricos”, que lo mismo patrocinan una fiesta en una embajada “enemiga” que una “actividad cultural” por el 26 de julio. Una élite cuya lealtad al régimen se sostiene precisamente en la dolarización de la economía pero, además, en la persistencia de ese “bendito bloqueo” del cual dicen estar en contra pero que en realidad es el hada madrina de sus fortunas personales.
En buena encrucijada hemos quedado los cubanos de a pie. A merced de los hipócritas que en la Asamblea Nacional fingen buscar soluciones cuando en realidad la solución ya la tienen, aunque no para mejorar nuestras vidas, sino para sostenerse en el poder hasta que llegue el momento de “caer”, es decir, de mutar.
“Mutar” tal como cierto día, de la noche a la mañana, aquellos gusanos de los años 60, 70 y 80 se transformaron en lindas mariposas con alas del color de la “Reserva Federal”. Y si ayer nos encerraban en la cárcel por llevar un dólar con nosotros, hoy es más probable que terminemos en ella, o en el cementerio, si no lo tenemos para darle de comer a nuestra familia.
La situación se ha vuelto tan extremadamente insostenible, las empresas e instituciones estatales están tan a la cabeza del mercado informal y la corrupción, que solo delinquiendo o emigrando se logra en cierta medida sortear las dificultades para que una familia se alimente y cubra las necesidades básicas de manera regular (aunque con marcadas “irregularidades”), de modo que esa aspiración a que el alto costo de la vida incentive la necesidad del trabajo como la principal fuente de ingresos y que, recuperadas las fuerzas productivas, comience a crecer la producción de bienes y servicios, es solo algo que se “piensa” de boca para afuera.
Lo que les escuchamos decir en reuniones y asambleas sobre una economía que intentarán arreglar (una vez más “sobre la base de nuestro sacrificio”) es puro cuento para la televisión nacional, maniobras de distracción para tontos y serviles en donde fingen que hacen algo, que buscan soluciones, cuando en realidad saben muy bien de qué va este juego, ahora que no quedan vacas ajenas que ordeñar.
El economista cubano Elías Amor analizó las dos ideas principales que le quedaron del reciente período de sesiones en la Asamblea nacional.
La primera es y cita los términos oficiales “producir alimentos en el menor tiempo posible, para materializar el contenido y el propósito de la Ley de Soberanía Alimentaria y Seguridad Alimentaria y Nutricional”
Mientras que la segunda idea sostiene que hace “falta una mejor actuación en el control de los precios en el país”.
El experto apunta que como causas de la poca comida que se produce en el país y la ineficiencia de las medidas implementadas, el régimen culpa a la burocracia.
No son ellos (los que dirigen el país) los responsables de que vayamos de mal en peor, sino funcionarios intermedios que no conocen ni están aplicando bien la nueva ley.
“En fin, majaderías de burócratas que no hacen otra cosa que alarmar al pueblo y también a algunos dirigentes, como Esteban Lazo en ese mismo espacio de la Asamblea”, resume Amor con ironía.
Para el experto es aún más preocupante, que en las sesiones de la Asamblea propusieron resolver la soberanía alimentaria por medio del desarrollo local.
El vice primer ministro del régimen castrista, Jorge Luis Tapia, llamó a los cubanos desarrollar la acuicultura familiar para paliar el hambre y la escasez de alimentos en la Isla. Es decir, que construyan estanques caseros y críen peces. ¿Con qué materiales? ¿Con qué agua? Han sido algunas de las preguntas que los internautas han dejado en redes luego de escuchar esta sugerencia.
Otra idea que apuntaron fue extender a toda la población la cría de cerdos, gallinas, chivos, conejos y otras aves, así como la siembra de yuca, plátano, frutas y otros cultivos en los patios. Increíble. No explicaron qué harán los que no tienen las condiciones o el espacio, ni tampoco de dónde sacarán los animales.
La tendencia de colocar la responsabilidad en los sistemas productivos locales fue también expuesta por Díaz Canel. Lo que Amor califica como “huida” y “suicidio en esta situación de crisis extrema de la economía”.
El economista contradice al dictador cubano y sostiene que no es verdad que las principales formas productivas de un territorio deban tener subordinación municipal.
“La producción tiene que alcanzar la escala técnica que permita obtener rendimientos crecientes a escala con costes unitarios más bajos posibles para vender igualmente a precios bajos. La apuesta por lo pequeño y local es justo lo contrario, y no puede salir bien”, sentenció Elías.
“En todos los países, el desarrollo local no se debe dedicar a producir alimentos o manufacturas, sino que es una actividad promovida por los poderes públicos para compensar aquellas actividades en las que el sector privado no entra o lo hace de forma deficiente. No es posible robustecer sistema productivo local alguno con el desarrollo local. Llevar el modelo comunista del estado central a los poderes locales es un grave error que va a trastocar la estructura productiva de la nación. Paren cuanto antes esta estrategia que es francamente ineficiente”, escribió el economista.
Esta, para el experto, no es la fórmula para aumentar la producción de alimentos y resolver el problema del hambre, por el contrario, puede agravar el problema.
El artículo también apunta que desde el Estado hacen muy poco por liberalizar el sector e incorporar a los intermediarios privados como actividad por cuenta propia o las mipymes en la distribución.
Como una posible solución, agrega Amor, es que haya más tierra en producción y de titularidad privada, mayor escala técnica de las explotaciones, recursos para financiar insumos, contratación de trabajo productivo, capital extranjero, buenos salarios en el campo, y mercados para ser abastecidos a escala nacional.
“Cualquier otra fórmula es un parche que no dará resultados. Por eso los indicadores del plan en la agricultura apenas llegan al 30%. Un desastre”.
Control de precios.
Para controlar el daño causado por la inflación, cada día más alta, en la asamblea las soluciones propuestas fueron tan erróneas como ineficientes. La prioridad es mantener el modelo económico de planificación central, no salir de la crisis.
Estas “soluciones” que dieron fueron resumidas así por el economista, quien también esboza que puede esperarse de cada una de las medidas:
1. Los gobiernos locales deben regular los precios en una determinada nomenclatura de productos de impacto en la población.
¿Qué pasará? “Pues cosas tan absurdas como que la libra de malanga cueste en La Habana el doble o el triple de Bejucal. O al revés lo que podría ser peor”, escribió Elías.
2. Volver a la concertación de precios de acopio y a la población con los diferentes actores económicos.
Esto ya se hizo pero no sirvió de nada porque esa concertación no permite unos niveles mínimos de rentabilidad a todos los participantes en el proceso.
3. Vincular de forma directa las entidades presupuestadas, que prestan servicios básicos (Salud, Educación, Deporte y Cultura), para que puedan concertar precios y suministros estables.
“Una vez más, el recurso a la concertación apunta al fracaso, en la medida que rara vez responde a la oferta y demanda. Las entidades presupuestadas tienen dificultades para asumir los pagos de sus compromisos y pueden acabar aumentando la temida cadena de impagos”, vaticinó.
4. Proponen que las autoridades locales establezcan bonificaciones de los impuestos sobre ventas y servicios en los procesos de concertación cuando se alcance una reducción estable de los precios.
Vincular la concertación con los impuestos puede dar lugar a determinados comportamientos ineficientes y distorsiones en los agentes económicos.
5. Se resumen en más medidas de control y exigencia a las entidades comercializadoras estatales sobre el ajuste de sus márgenes comerciales a los límites establecidos.
“Y quién dice qué márgenes comerciales y por qué importe. Los que se dedican a la actividad económica no ven bien que venga alguien de fuera y les diga lo que y cuánto pueden ganar”.
6. Se pretende intensificar las acciones de comunicación sobre los precios concertados y los resultados de los controles de precios realizados.
Esto no hay ni que explicarlo: burocracia y propaganda.
“Que alguien crea que se puede luchar con estos parches contra la inflación es un grave error, que en todo caso, de conseguir frenar los precios, lo hará con un elevado coste en términos de actividad productiva”, concluyó el economista.
Hay aspectos muy poco divulgados de la vida en Cuba del célebre escritor norteamericano Ernest Hemingway. Uno de ellos es la relación amorosa que tuvo con una refinada meretriz cubana llamada Leopoldina Rodríguez.
Poco se sabe sobre la vida de esa mujer. Su madre trabajó como sirvienta en casa de una familia poderosa, los Pedroso, quienes eran propietarios de bancos, centrales azucareros y otros negocios. Los Pedroso se en encariñaron con la pequeña Leopoldina y la tenían cual si fuera de la familia.
Leopoldina, que tenía habilidades poco comunes en tan corta edad, gracias a los Pedroso, aprendió a leer y escribir bien, a tener buenos modales y usar los cubiertos de forma correcta.
Leopoldina era una de las cinco prostitutas de lujo que frecuentaban el bar El Floridita, llamado la Cuna del Daiquirí, el trago creado por el barman y dueño del lugar, Constantino Ribalaigua.
Fue en El Floridita donde Leopoldina conoció a Hemingway, que era asiduo de ese bar.
La única fotografìa que se tiene de Leopoldina Rodríguez junto a Hemingway es en El Floridita y la tomó un amigo de ambos, el periodista Fernando G. Campoamor.
Es muy probable que fuera Campoamor quien propició que Leopoldina y Hemingway se conocieran.
La foto, que sirviera de promoción a El Floridita, está hoy en la cabecera de la cama de la habitación del Hotel Ambos Mundos, en La Habana Vieja, donde habitó Hemingway.
En la foto se puede apreciar como el escritor observa con deseo a Leopoldina, una atractiva mujer de ojos oscuros y pelo muy negro.
Que Hemingway tuviera en la cabecera de su lecho la foto de Leopoldina y no la de su esposa o sus hijos indica que el romance fue màs intenso de lo que en principio se pensó. Se dice que Leopoldina, que sabía inglés y era culta, leía los manuscritos de Hemingway y le daba opiniones, cosa que no hacía la esposa del escritor, quien no se interesaba en cuestiones literarias.
Según dijo Fernando Campoamor a Osmar Mariño Rodrìguez en una entrevista, Leopoldina Rodríguez asistía con Hemingway a determinadas actividades festivas populares, como las dedicadas a la Virgen de Regla, en las que le servía de cicerone. Por ejemplo, fue Leopoldina quien le explicó a Hemingway que la Virgen de Regla del santoral católico era Yemayá en los cultos sincréticos de origen africano.
La pareja solía pasear por los barrios humildes que rodeaban la Avenida del Puerto, donde pululaban las prostitutas.
Leopoldina practicaba la cartomancia. Un día, cuando leía las cartas a Hemingway, le predijo que, gracias a Cuba, obtendría un importante premio que le reportaría una gran ganancia. Y no se equivocó: Hemingway, que en 1952 había ganado el Premio Pulitzer, en 1954 ganó el Premio Nobel de Literatura.
El escritor, que parece haber estado muy enamorado de Leopoldina, le alquiló un apartamento en un edificio al lado del cine Astral, en la calle San Josè, entre San Francisco e Infanta, en Centro Habana, donde iba a visitarla con frecuencia.
En la década de 1950, cuando Leopoldina enfermó de càncer, todos los gastos por su enfermedad y hospitalización corrieron a cargo de Hemingway. Finalmente, el funeral y el entierro también.
Buscando más información para este artículo, llegué hasta el edificio donde vivió Leopoldina Rodríguez, pero no encontré a ningún pariente o vecino del lugar que la recordase o supiera de ella. Han pasado muchos años, casi setenta. Es como si nunca hubiese existido esa singular mujer de la que se prendó locamente el más famoso de los escritores norteamericanos.
La letanía castrista vuelve por estos días de julio, perorando, como desde hace 70 años: “José Martí es el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada”, dicen. ¡Ah, sí! ¡No me digan! Si el Partido Comunista de Cuba (PCC) es “la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado”, entonces, cabe preguntarse: ¿Cómo Martí, que casi todo lo dejó escrito, puede ser el autor de un legado sin herederos?
Aunque el desaparecido Fidel Castro y los que afirman ser su “continuidad” se dicen “martianos”, por los peligros que para cualquier nación implican los poderes absolutos -como el castrocomunista-, en Nueva York, el 10 de octubre de 1889, en su discurso por el 21 aniversario del Grito de Yara, José Martí se refirió a esos monopolios, como el del PCC sobre los cubanos, afirmando que si la patria es dicha de todos no puede ser “feudo ni capellanía de nadie”.
Decenas de mujeres y hombres, desde el mismo año 1959, enfrentaron el castrismo cuando todavía negaba ser comunista. Sin embargo, esas mujeres y hombres que dieron su vida y fueron a la cárcel por defender sus derechos y los derechos de sus conciudadanos fueron ignorados por la mayoría de los cubanos. De esos cubanos, aplaudidores de sus verdugos, antaño como hoy, en el propio discurso pronunciado por el 10 de Octubre en Hardman Hall, Nueva York, Martí dijo: “¡Qué porvenir sombrío el de nuestra tierra si abandonamos a su esfuerzo a los que luchan y no nos congregamos para auxiliar, con la misma presteza y alientos con que se congregan ellos para combatir!”
La desidia patriótica como camino seguro de la incivilidad, sí, de la incultura, de la ramplonería, del salvajismo, de las bajezas y la desvergüenza del ser humano, reducida tal condición de ser pensante a mero instinto primario, animal, de ¡sálvese quien pueda! En aquellas palabras por el 21 aniversario del alzamiento del 10 de octubre de 1868, José Martí bien lo esclareció cuando, premonitoriamente, dijo: “Vagaran siempre por los campos familias miserables; los esclavos fugitivos, pobladores de las selvas, las llenarán de caseríos inaccesibles, y contraerán en ellos propios hábitos, que los alejaran mañana del comercial fragor de la ciudad, del cultivo afanoso de los campos, y de toda tarea que no les sea urgente y exclusiva: ¡Brava manera de unir concitar divisiones duraderas entre las necesidades y costumbres de los nacidos a partir el mismo pan!”
Hoy, pese al intento de recuperarlo con un sector privado que no es tal -porque la “empresa estatal socialista es el sujeto principal de la economía nacional”, dice el artículo 27 de la Constitución-, no existe en Cuba el “comercial fragor de la ciudad”, según palabras de Martí, porque las ciudades dejaron de ser comerciales para transformarse en estatistas en agosto de 1968, cuando el castrocomunismo, con la llamada “ofensiva revolucionaria”, castró, sí, emasculó, extirpó sin capacidad natural de reproducción la ancestral costumbre de comprar y vender, en juego libre, dejándonos como perjudicial sucedáneo el monopolista usurero, que poco importa si es estatal o “privado”, si no existe posibilidad de un precio mejor.
Más “familias miserables” ya no caben en el campo cubano de hoy, inculto, improductivo, por la misma razón del estatismo pernicioso; y aunque liberados de un dueño esclavista, demasiados cubanos son esclavos de sí mismos al rescindir derechos a cambio de un contrato de trabajo con el PCC-Estado, que vende sus servicios profesionales en el mercado internacional, del mismo modo que antes un negrero vendía esclavos traídos de África a los plantadores de caña o de algodón en las Américas.
Cuba es hoy un país incivil (entiéndase rústico) por los cubanos, sí, por su gente, más que por sus casas, calles y pueblos y ciudades maltrechos, derrumbándose, los comercios desabastecidos, los pregones de los vendedores callejeros, unos símiles de lamentos y otros de amenazas, los dirigentes del PCC emperifollados rodeados de ancianos mustios, los automóviles de la primera mitad del siglo pasado junto a carretones tirados por caballos o carricoches con motores eléctricos en los que sus chóferes van como si fueran en limusinas. Y es rústico el cubano sometido porque todavía no alcanza a ver la luz de Yara, la del Grito de Yara, la única que ilumina. La luz de la libertad.
Aunque hace menos de un mes el dólar volvió a romper la barrera de los 200 pesos en el mercado informal cubano, esa cifra no ha parado de crecer y hoy se ubica, según la tasa representativa que publica diariamente el medio independiente El Toque, basado en las plataformas de compra-venta de divisas, en 215 pesos cubanos por dólar estadounidense.
Asimismo, también el euro ha proseguido su escalada; hoy el cambio de esa divisa está a 1 x 220 pesos en operaciones de compra, porque su venta oscila en torno a los 222 pesos, indica la tasa publicada el martes.
Según El Toque, esas cifras son resultado del cálculo de la mediana de 1.534 mensajes de oferta de compraventa de divisas publicados en las plataformas de la Isla en las últimas 24 horas.
El MLC (moneda libremente convertible), que usan los cubanos como divisa de depósito en las tarjetas magnéticas que utilizan como medio de compra en la red de tiendas administradas por los militares de GAESA, se compra a 195 pesos y se vende a 196, como promedio.
Esta escalada en los valores de las principales divisas que usan los cubanos supone un incremento de los precios al consumidor, así como una devaluación creciente de la moneda nacional. Ello implica el agravamiento del empobrecimiento y las privaciones que ya viven los habitantes de la Isla. Son, además, números récord en Cuba.
El economista estadounidense Steve H. Hanke, de la Universidad Johns Hopkins, indicó la pasada semana en su tasa de inflación global que la de Cuba califica como la séptima peor del mundo. La inflación, según cifras de abril de 2023, ascendería al 87%, según el académico.
A mediados de mayo pasado, un mes después de que el Gobierno cubano anunciara que los cubanos podrían volver a depositar dólares en efectivo en sus cuentas bancarias, la Casa de Cambio (CADECA) estatal cubana anunció que también la divisa comprada en esos establecimientos podrá ser depositada en las tarjetas magnéticas. Desde entonces el cliente puede elegir si desea comprar la moneda extranjera en efectivo o depositarla de manera virtual en las tarjetas.
A partir de esa decisión, el economista cubano Elías Amor previó este aumento en el valor del dólar. "Inundar la economía cubana de dólares es una mala decisión para la política de estabilización que anuncia el régimen. La tarea ordenamiento ha vuelto a ser cuestionada y todo el mundo se queda tan tranquilo. Los daños anunciados los veremos pronto. Vigilen el tipo de cambio informal. Ya verán", advirtió en su blog.
La Asamblea de la Resistencia Cubana y el Frente Hemisférico por la Libertad anunciaron durante una sesión conjunta de la Comisión Internacional Justicia Cuba y el Frente Hemisférico por la Libertad que hay “buenas posibilidades” de constituir un tribunal internacional ad hoc en 2024, que juzgará los crímenes de lesa humanidad cometidos por el régimen comunista de Cuba.
El anuncio, hecho por el presidente de Justicia Cuba, el exsenador y director de la Comisión Mexicana de Derechos Humanos, René Bolio, envía un fuerte mensaje a los agentes represivos del régimen castrista y a sus jefes: “Los crímenes del castrismo no van a quedar impunes y no habrá que esperar hasta el fin de la dictadura para que se produzca un dictamen de justicia”, aseveró.
La sesión conjunta contó con una amplia participación internacional a través de Zoom, con representantes de varios países latinoamericanos, entre ellos Costa Rica, El Salvador, México, Uruguay, Perú, Chile y Argentina. Además, hubo presencia física de representantes de Venezuela, República Dominicana, Nicaragua, Colombia y Cuba en el salón de conferencias de la Brigada 2506 en Miami.
Durante la sesión, se abordaron temas como las condiciones de encarcelamiento en Cuba, la represión de las protestas populares y la crítica situación económica y financiera que vive el régimen.
Julián Obiglio, presidente de la Unión de Partidos de Latinoamérica (UPLA), habló sobre un Proyecto para el “amadrinamiento” de las 137 presas políticas cubanas por parte de líderes políticas de los partidos integrantes de UPLA.
El diputado uruguayo Martín Elgue condenó enérgicamente las violaciones a los derechos humanos en Cuba durante su intervención en el parlamento uruguayo y llamó a la solidaridad internacional con el pueblo cubano. “No podemos quedar en silencio ante la tragedia cubana, porque ese silencio nos haría cómplices de esos crímenes”, sentenció Elgue.
En la misma línea, el diputado Elías Wessin anunció que condenará el encarcelamiento de los cubanos por ejercer su derecho a la protesta pacífica y pedirá la libertad de todos los presos políticos cubanos en el Congreso de la República Dominicana.
La sesión conjunta de Justicia Cuba y del Frente Hemisférico por la Libertad convirtió la conmemoración del 11 de julio, el día que, en 2021, ocurrieron las mayores manifestaciones antigubernamentales contra el régimen de la Isla, en un fuerte pronunciamiento contra la dictadura cubana y en un llamado a la solidaridad con el pueblo de la mayor de las Antillas.
Armando, un campesino que cultiva plátanos y boniatos en un caserío de la provincia Las Tunas, a poco más de 600 kilómetros al este de La Habana, cada mañanas, después de tomar café y prender un tabaco torcido a mano, conduce su rústico carretón tirado por un caballo hasta una fuente de agua para llenar cuatro bidones metálicos que luego utiliza en la siembra y el consumo familiar.
“En Las Tunas siempre hay crisis con el agua. Este año ha llovido con ganas y las presas están llenas, pero el problema del abasto de agua a la población y los campesinos dedicados a trabajar la tierra no mejora. Al contrario. Estamos peor”, opina Armando y añade:
“Tenía una turbina, pero el pozo se secó y el equipo se me rompió. De eso hace cinco años. Luego tu vez en la televisión a los funcionarios del gobierno, que jamás en su vida han cogido una guataca, hablando de aumentar las cosechas y producir más alimentos, pero son incapaces de asegurar el agua para los cultivos, no hay fertilizantes ni semillas de calidad y te venden en divisas el combustible”.
Según Armando, en su zona el agua potable “entra cada 28 o 30 días. Un chorrito miserable, sin presión ninguna. La gente ha tenido que comprar tanques plásticos y hacer cisternas donde pueden almacenar agua. Como si estuviéramos en el siglo XIX, las mujeres van a lavar la ropa a un arroyo”.
Damián, ingeniero hidráulico, considera que “el gobierno no ha sabido encontrar soluciones que contribuyen a paliar la crisis del agua, sobre todo en la región oriental. Llevan más de quince años construyendo un trasvase de agua que supuestamente mejorará el abasto de agua destinada al consumo humano y la agricultura. Han gastado miles de millones de pesos y dólares y no han resuelto el problema. En Cuba hay suficientes presas. Si se hubiera invertido más en darle manteamiento a esos embalses, comprar motores, plantas potabilizadoras modernas y regadíos por goteo, no estuviéramos en este punto muerto. Se pusieron a construir el Trasvase Este-Oeste de Holguín, obra faraónica por orden de Raúl Castro, cuando con un tercio de ese dinero se hubieran buscado mejores soluciones a los problemas del abasto de agua”.
La provincia de peor situación es Santiago de Cuba, 957 kilómetros al este de La Habana. En la ciudad existen barriadas y repartos donde el ciclo de agua es cada cuarenta y cinco días. A un costado de la terminal de trenes, una edificación de tejas acanaladas y tubos de aluminios con un toque que recuerda la arquitectura del realismo soviético, Sergio, chofer de un taxi particular, cuenta los ‘inventos’ que hace para recolectar el agua.
“Vivo en Chicharrones, un barrio marginal donde lo habitual es beber chispa de tren, y me he visto obligado a transformar mi casa en una pecera gigante. En la azotea construí una cisterna y otra en el portal. Además tengo dos tanques de 55 galones dentro de la vivienda. Así y todo, a veces tengo que comprar agua a los aguateros, que por la inflación, por cada cubo te cobran 50 pesos. Esa gente abre un hueco en cualquier parte para descubrir algún pozo o manantial de agua subterránea. A pesar de las lluvias, el abasto de agua en Santiago sigue cada cuarenta y pico de días».
«En Cuba si no es Juana es su hermana. El gobierno siempre busca una justificación. Ahora dicen que algunos motores que tiran el agua para la ciudad de Santiago están rotos o no tienen suficientes productos potabilizadores de agua. Y por supuesto, la culpa la tiene el bloqueo yanqui. No ponen una. Malo el transporte, apagones de cinco o seis horas, no hay comida ni medicinas y el agua es casi un lujo», afirma Sergio.
Un residente de Cumanayagua, municipio de la provincia de Cienfuegos, a 350 kilómetros al este de La Habana, cuenta que «hay sitios donde se pasan un mes sin agua. La gente ha escrito cartas al primer secretario del partido, pero sigue sin resolverse el problema. Vamos a tener que tirarnos pa’la calle y gritar Díaz-Canel singao, a ver si el gobierno se pone las pilas”.
En La Habana, debido al elevado por ciento de ciudadanos abiertamente descontentos con el régimen, mayor movilidad social por la cercanía de sus municipios y visibilidad internacional por estar emplazadas las embajadas y la prensa extranjera, “la capital recibe atención priorizada del gobierno. Seis patanas turcas están generando electricidad para evitar apagones. Y aunque casi el 70 por ciento del transporte público del país está parado por roturas o falta de combustible, en La Habana se intenta que circulen la mayor cantidad de ómnibus», dice un funcionario municipal.
“Es que la capital es un polvorín. Mientras en otras provincias no hay una guaguas que lleguen a las comunidades montañosa, aquí tratan de que no falte el combustible para los taxistas particulares. Este verano las autoridades han puesto vehículos de empresas y escuelas para transportar personas a la playa. Pero los problemas se acumulan y la gestión de muchas instituciones no siempre es buena. La situación del agua en La Habana, como en todo el país, no es un fenómeno nuevo, es acumulativo, viene de hace años. La falta de previsión y un grupo de eventos fortuitos provocaron la actual crisis del agua. Pero así y todo, en la capital la distribución del agua, es cada tres o cuatro días. En otras provincias el ciclo es de un mes y hasta de cuarenta días o más”, explica a modo de justificación el funcionario.
En las últimas dos semanas, el déficit en el abasto de agua potable ha afectado a más de 200 mil personas en La Habana, especialmente en los municipio Marianao, Lisa, Playa, Centro Habana, Habana Vieja, Arroyo Naranjo y varias zonas de Diez de Octubre. “Hemos estados cinco días sin que entre una gota de agua. Y cuando viene el agua llega sin presión y no te llena la cisterna”, indica un vecino de Los Quemados, Marianao.
Las autoridades alegan que debido a descargas eléctricas, en los equipos de bombeo se produjeron 158 averías durante el mes de junio. Se han dispuestos 62 camiones cisternas para repartir agua en las localidades más afectadas. “Pero son insuficientes. Se necesitan al menos 200 pipas”, revela un ingeniero de Aguas de La Habana.
Leticia, ama de casa, critica “el mal trato a la población y las mentiras que te dicen. Tú llamas para resolver una pipa y te caen a cuentos. Nunca aparece. Pero si pagas seis mil o siete mil pesos, en veinte minutos está el camión en la puerta del edificio”.
La crisis del agua ha originado un entramado de negocios en el mercado informal. En La Habana, algunas personas cobran 100 pesos por cargar cada cubo agua y se ha duplicado el precio para llenar un tanque de doscientos galones: mil a mil 500 pesos. De momento, alega el gobierno, la crisis puede extenderse hasta finales de agosto, cuando se espera arribe una embarcación con equipamiento nuevo que permita mejorar el abasto de agua en la ciudad.
“Los que gobiernan este país son unos irresponsables. ¿Cómo es posible que no tengan cables para enrollar un motor averiado? ¿O un stock de piezas de recambio en un almacén que sustituya los equipos rotos? Si le calientas la calle, al momento te ponen el agua”, expresa Leticia.
Mientras en los últimos dos años muchos cubanos consideran que las protestas callejeras es la vía más efectiva para resolver sus problemas, el régimen, inmutable, sigue culpando de su mala gestión al embargo estadounidense. Y la solución pasa por la llegada de un barco extranjero.
Últimamente me descubro buscando la forma de convencerme de que no vivo en La Habana, ni en ningún lugar citadino o rural de esta isla.
Se puede, no es tan difícil. Siempre he sostenido que el insilio no es muy diferente al exilio y, de todos modos, los cubanos llevamos décadas asimilando la lenta corrosión del desarraigo. O más bien del desgarro, porque al hecho de habitar un país sin contribuir ni pertenecer, o conformar un número de identidad mientras se percibe la destrucción de lo que amamos sin poder siquiera reaccionar, no se le puede llamar desprendimiento. Para desprenderse hace falta un porciento de voluntad.
Ayer me acordé de mi amiga Marlene, con quien lograba evadir a duras penas aquel Período Especial que parecía entonces lo peor que me tocaría vivir en Cuba.
De pie, frente al río de bicicletas que corría junto a la línea del muro del malecón (tan simbólica, siempre la constante de lo que dividía el mundo, la alternativa del adentro y el afuera), Marlene me enseñó a coger botella, y a escapar de la realidad más sórdida, con el préstamo de la velocidad, de las sonrisas, de las mentiras. Las dos usábamos un nombre falso como protección.
Cuántas veces, para no sentir que me hundía ante aquellos largos apagones, el calor, los tenaces mosquitos, me aferré a sus sueños, que parecían tan sólidos, casi tangibles, solo por la fiereza con que se aferraba a ellos.
Ahora, que vivo a solo dos cuadras del edificio donde solía recogerla para aquellas salidas loquísimas, no me la tropiezo nunca porque cumplió cabalmente la promesa que me repitió tantas veces: «El día que me vaya de Cuba no voy a volver ni de visita».
Después de mucho tiempo coincidí con su hermana y me contó que consiguió esa visa justo cuando el miedo a no poder salir la estaba enloqueciendo. Marlene había esperado pacientemente a que Yemayá la autorizara a cruzar las aguas. Cumplió al pie de la letra todos los rituales. Entonces apareció aquel francés que le doblaba la edad, porque Jean, diplomático de 37 años, supuesto prometido del que jamás me mostró una foto, existió solo en su mente. Pero qué importa, logró lo que quería. Escapó para siempre y corrigió lo que insistía en llamar «un error geográfico».
Debe ser formidable conseguir eso: borrar a Cuba del mapa doloroso del pensamiento. Out of sight, out of mind. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Claro que borrar a Cuba viviendo en ella no es tan simple. Pero se puede, sí. Y me di cuenta de que lo estoy consiguiendo cuando mi vecina me prestó su memoria flash para que le copiara películas: «y si tienes alguna cubana, por favor, esas sí las conservo…» Me quedé atónita porque yo las evito cuidadosamente, y si me arriesgo con una el resultado es siempre un incómodo vacío.
No solo es que la realización me parece insuficiente. O que la realidad social nunca está representada y hasta la crítica más atrevida llega tambaleándose, tan rezagada. Ya fuera de contexto. Hasta las maniobras sutiles para burlar la censura me cansan. El cine cubano se parece exactamente a lo que representa: una sociedad detenida en el tiempo, o más bien paralizada.
Tanto nos hemos acostumbrado a escurrirnos continuamente, de la penuria, el miedo, las prohibiciones, de la conciencia de la penuria y las prohibiciones (y el miedo es la sustancia más recóndita, inescrutable). El camuflaje se ha vuelto natural.
La cándida sinceridad del cubano ha ido mutando a formas cada vez más sofisticadas de hipocresía. Especialmente entre los jóvenes hace tiempo se estableció la norma tácita de no hablar de lo mal que está todo. Para qué, si sus padres luchan, raspan, con tal de que ellos puedan fingir que el país en que viven es casi normal. Que es posible comer y vestirse no solo dignamente, sino hasta ser feliz.
Tanto es así que en una clase de un curso de Inglés donde participaba mi hijo, cuando el profesor pidió que describieran lo que habían hecho durante las vacaciones, casi todos los alumnos narraron viajes a Varadero. La farsa era tan evidente que el propio profesor les preguntó, molesto: «Bueno, si todos fueron a Varadero, ¿cómo es que ninguno de ustedes se encontró?».
Durante mucho tiempo esta anécdota me indignaba como la expresión más extrema de una juventud sin compromiso con la verdad ni la justicia. Pero hoy, por primera vez, me descubrí preguntándome por qué los juzgo tan duramente cuando ellos solo intentan escapar, igual que yo.
El hijo de una amiga confiesa que acumula todas las temporadas de su serie manga preferida, y luego de ocho horas en un trabajo estatal que odia, sabe que al regresar a casa tiene al menos 20 minutos de felicidad asegurada. Esos 20 minutos constituyen una vida fuera de esta isla.
Para mí también lo son las películas que veo en la laptop y hasta en el móvil (ninguna cubana y si es posible ninguna hablada en castellano), todos los lugares del mundo que luzcan y suenen distantes, donde la gente pueda construir algo sin que sea despedazado.
Y para disolver cualquier rescoldo de culpa, recuerdo que hace años, una mañana en que compartíamos con amigos en la Torre de Letras, una joven leyó un texto que empezaba diciendo: «Nací en un país que ya no existe…» Pensé que con certeza se refería a Cuba, y casi todos los presentes también. Pero no: ella había nacido en la RDA, donde sus padres cumplían entonces una misión diplomática.
Aclarado este detalle, pasé a preguntarme por qué tantas personas sentimos que Cuba ya no existe, aunque se delimite oficialmente en el mapa del mundo, y con el mismo nombre. Aunque aparezca en la Wikipedia, y alguna que otra vez en las noticias internacionales. Aunque conserve la misma bandera y su himno nacional.
Y de pronto entiendo que la imposibilidad asimilada, década tras década, termina por convertirse en renuncia y así es cuando una realidad tangible, por más brutal que nos resulte, se va volviendo difusa. La Cuba que se construiría fue solo una promesa, y nuestra participación quedó limitada (también brutalmente) a aquiescencias y vítores. Mientras, los grupos y proyectos se fueron disolviendo y la desidia ocupó el lugar de la efervescencia.
Para mayor prueba, está la misma desaparecida Torre de Letras, la desbandada continua de escritores, artistas, realizadores, que la abandonaron como un nido asaltado por enemigos.
Recuerdo aquellas casas vacías por los años ochenta, marcadas con huevos reventados contra puertas y paredes. Ahora la gente vende las viviendas precipitadamente con todo adentro (muebles, historia, objetos personales), y hasta en la basura que desborda los latones y salpica el césped puede encontrarse un álbum de fotos familiares, pisoteado y manchado por el moho de las lluvias recientes.
Y hablando de fotos, cada vez que miro una donde nos reunimos un grupo de amigos, casi todos se han ido. La imagen me golpea como esas que se ven en YouTube, de selfies tomadas inocentemente antes de la catástrofe.
Si transito la ciudad, la sensación es bastante semejante porque no encuentro a nadie relacionado con los tiempos en que creía pertenecer a un movimiento que creaba, pujaba, aspirando a generar un cambio. Y, si tropiezo con algún cómplice del pasado, nos miramos con una mezcla de extrañamiento y pudor, como los sobrevivientes de un naufragio. O de una guerra que no ha terminado. Y duele tanto que evitamos reconocernos.
Hace poco logré contactar con una amiga que perdí por años, después que emigró. Me dijo entusiasmada que había comprado en Amazon mi libro El arte de respirar, pero que no iba a leerlo, claro que no: «No leo nada que tenga que ver con Cuba porque, como debes entender, tengo que cuidar mi corazón». (No se refería a ninguna vulnerabilidad cardíaca).
Entonces, si nos quedamos solos defendiendo una nacionalidad tan volátil, como el poeta Dalton, me pregunto si Cuba solo existe en mi imaginación.
La desintegración impuesta termina asimilándose, al menos como recurso defensivo.
Hay que seguir viviendo, recorriendo las mismas calles, más rotas y vacías, con más basura desparramada, para acrecentar la sensación de omisión o de olvido; viendo cómo las nuevas generaciones inventan nuevas y más desesperadas formas de mimetismo.
Y no sé cómo, a pesar de este encarnizado proceso de desapropiación, a veces miro el mar desde mi balcón y vislumbro una línea de embarcaciones en reverso, voces triunfales, una bandera que ahora evito repetida en sucesión en el horizonte, sobre ese mar azulísimo, indiferente a tanto sufrimiento sobre, entre, o bajo sus aguas.
Esas voces, esas risas, esa felicidad que parece imposible, por momentos resulta tan vívida que pierdo por completo la noción del presente. Y qué más da, como me dijo un amigo, si te mostraron lo que viene; descansa, espera, aunque no sepas cómo ni por dónde llegará. La realidad se basta a sí misma. Ahora, y también mañana.
Días de grandes tensiones en Moscú y por supuesto que de mucho nerviosismo en La Habana donde la noticia del avance del Grupo Wagner en rebelión contra Vladímir Putin, las negociaciones para una retirada hacia Bielorrusia donde aún nadie sabe lo que está por ocurrir, mostraron los puntos débiles y la poca solidez de una alianza con Rusia, a pocas horas de la visita del primer ministro Manuel Marrero al cuartel general de nuestro nuevo “benefactor”.
El silencio de los medios de prensa del régimen durante los acontecimientos fueron la clara señal de que algunos entusiastas continuistas de la “rusificación 2.0” se comían las uñas bajo la cama mientras escuchaban las amenazas de Yevgueni Prigozhin, y solo faltó un nuevo apagón de internet para completar el “protocolo” de toda crisis en estallido en la Isla, pero la retirada de los rebeldes no lo hizo necesario.
Moscú, por el momento, pudo controlar la situación pero al precio de la humillación sufrida por Putin, el “tipo duro del barrio” tras el cual intentan escudarse los comunistas cubanos. Todo ese discurso que hemos escuchado durante estos meses, donde una economía sale a flote por obra y gracia de los millones de rublos que fluirán desde el Kremlin hasta la Plaza de la Revolución, comienza a hacer aguas mucho más pronto de lo que cualquiera pudo imaginar.
No ha llegado ni siquiera el primer barco decombustible prometido en el acuerdo pactado a inicios de junio, ni se ha sembrado la primera caballería de tierra de las cedidas en usufructo por 30 años cuando las enormes grietas del “poderío ruso” han salido a la superficie avizorando un “desmerengamiento” peor que el de los años 90, en tanto aquel del “Período Especial” no alcanzó -gracias a las inversiones extranjeras en turismo- a arrastrar consigo al castrismo, solo a herirlo de gravedad, pero el de ahora, con todos los indicadores económicos, políticos y sociales en negativo, sí pudiera ser la estocada final, aun cuando Putin logre retener unos años más el poder en tanto mantener contento al líder del Grupo Wagner o desaparecerlo, aun con la ayuda de su aliado Lukashenko, habrá de costarle mucho más que mantener a flote al régimen cubano.
Entre el complejo camino que ha tomado la invasión a Ucrania, la impopularidad evidente en el desenfado con que fueron recibidas las tropas de Prigozhin en los territorios por donde avanzaron y las otras amenazas internas aún en desarrollo (y alentadas por los acontecimientos), que se deducen de lo ocurrido, los recursos que demandará Putin para sostenerse en el poder no serán suficientes para dedicarse a honrar compromisos con Cuba, una jugada de puro alarde frente a Washington, y que incluso pudiera agravar los problemas de seguridad.
Y este “final del juego” lo identifican muy bien los militares cubanos, mucho más los que han sido formados en las academias soviéticas y rusas, de modo que la avalancha de informes sobre “posibles escenarios en el futuro inmediato”, nada alentadores, quizás ha comenzado a formar una montaña de desilusión en las oficinas del Consejo de Estado y el Comité Central del Partido.
Se ha armado el zafarrancho cuando ni siquiera cuentan con un plan B que les permita hacer variaciones a ese “cuento ruso” que, aunque parezca que no, ha logrado embelesar a unos cuantos (más por aquí abajo que por allá arriba) con eso de los supermercados de productos rusos y la carne rusa “a la patada”.
No por otra cosa las primeras expresiones populares que se escucharon en redes sociales y hasta en las calles de la Isla, a raíz de la rebelión del Grupo Wagner, se referían al hambre y los apagones que se avecinaban aun cuando estos ni siquiera son asuntos resueltos en la actualidad.
De hecho, cuando habían prometido un “verano sin apagones”, confiados en el petróleo que “palabrearían” en Moscú, van saliendo ahora, a punto de entrar en julio, con las advertencias de lo que pudiera pasar en breve si “la demanda de energía se mantiene tan alta como está”, un modo “sagaz” de ir “poniendo el parche” antes de que el hueco, sin dudas abierto, comience a hacerse visible para esos pobres hombres y mujeres de a pie que no conviene que vean demasiado.
Rusia comenzó a hundirse desde mucho antes de avanzar contra Ucrania, es cierto, y esa inseguridad, desespero y debilidades internas condujeron a ese arrebato de violencia, a esa jugada demencial, pero durante este fin de semana se hizo evidente que Putin es mucho más vulnerable y “derrotable” que hace unos meses atrás, e igual mucho más peligroso como toda fiera acorralada.
Ojalá que, previendo el desastre que se avecina, los bien entrenados oportunistas de por acá entiendan que es hora de soltarle la mano a quien se ahogará irremediablemente, porque no les queda otro plan B que no sea el de nadar con todas las fuerzas hacia la orilla más cercana.
Se nombra Sergia Marina Sánchez, tiene 67 años, vive hace 39 en las inmediaciones del perímetro de Punto Cero, en la calle 238, y aunque alega que la casa le fue asignada a su difunto esposo por el propio Fidel Castro no puede venderla ni darla en herencia a su hijo Manuel, porque el inmueble continúa siendo un “medio básico” del Fondo de Vivienda y Medios Básicos del Consejo de Estado de la República de Cuba y por tanto no puede asentarse en el Registro de la Propiedad y no es heredable.
“A Manolito y a mí nos han propuesto mudarnos para un edificio del MININT (Ministerio del Interior) en La Coronela (municipio La Lisa, en La Habana) pero es que nosotros hemos hecho casi toda la vida aquí. Ahora estamos a la espera de una respuesta del Consejo de Estado, aunque ya no tengo esperanzas. Esta es la tercera reclamación que hago pero nada”, dice Sergia, cuyo esposo, Manuel Díaz, alcanzó los grados de teniente coronel como chofer y parte del equipo de seguridad personal de Fidel Castro.
“La casa fue dada de palabra. Nosotros vivíamos en Santiago de Cuba y nos trajeron directo para aquí en febrero del 84”, argumenta Sánchez. “Al principio compartíamos la casa con seis personas más, igual (miembros) de la escolta de Fidel, pero en el 98, cuando Manuel se enfermó (de cáncer), solo nos quedamos nosotros tres (…). Manuel muere en el 2006 y Fidel en persona me dijo que la casa era mía y de Manolito (…). Todo comenzó cuando Fidel murió. No pasaron dos meses cuando recibí el primer aviso (de desalojo), algo que no entiendo porque aquí hay vecinos que recibieron sus casas como medio básico y ahora son propietarios”, dice quien además trabajó durante más de una década en la lavandería del Centro de Investigaciones Médicas Quirúrgicas (CIMEQ) de Cuba, también en las inmediaciones de Punto Cero.
La casa de Sergia Marina no es pequeña: cuenta con cinco dormitorios y cuatro baños, pero aun así no llega a tener el tamaño de las mansiones que hay en las cercanías, algunas de ellas con piscinas, áreas deportivas y terrenos amplios con árboles frutales y cultivos variados, que igualmente pertenecieron alguna vez al Consejo de Estado pero cuyos dueños actuales, hijos y nietos de sus antiguos moradores, militares de alto rango o colaboradores cercanos tanto de Fidel como de Raúl Castro, tuvieron la fortuna de lograr la desvinculación y obtener la propiedad después de la muerte del dictador en 2016.
Según testimonios de los entrevistados, fue poco después, entre 2017 y 2018, el acceso a la zona de Punto Cero dejó de estar restringido. Los controles de seguridad disminuyeron de más de una decena a apenas dos, y solo a algunos vecinos en las afueras del recinto donde vivía la familia Castro se les permitió rentar sus viviendas aunque exclusivamente a extranjeros que hubieran reservado con tiempo suficiente para que sus expedientes o “fichas” fuesen meticulosamente analizados por el Ministerio del Interior.
“No tuve esa suerte”, dice a CubaNet Rafael Roque Rodríguez, quien en abril de 2018 se vio obligado a abandonar el que consideraba su hogar, cuando fue desalojado en beneficio de un empresario italiano cuyo nombre desconoce pero que, según ha logrado averiguar, está relacionado con el grupo Italsav. S.A., que tiene a su cargo la red de tiendas actualmente conocidas como “Agua y Jabón”, y que surgieron durante los años 90 bajo el concepto de ventas “Todo x Uno”.
“Yo vivía en el número 21822, entre 7ma. y 218, y al lado, en la que antes era una casa de protocolo, vivió un tiempo un hermano o primo de Abrahantes (general de División José Abrahantes Fernández, Ministro del Interior entre 1985 y 1989), después se mudaron dos colombianos de las FARC en los años 90, creo que se estaban atendiendo en el CIMEQ o algo así. Y ahora es una firma italiana que ocupa las dos casas, una como vivienda y la otra como oficina”, explica Roque Rodríguez.
“El patio de mi casa colindaba con el de ellos. Allí iba mucho García Márquez cuando estaba en Cuba y una vez también fue Fidel. Mi padre había trabajado de comprador (del Consejo de Estado) en Panamá y después lo llevaron para el Palacio de Convenciones a lo mismo hasta que en uno de los viajes decidió quedarse. Eso fue como en el 2006, así que en 2017 pensé que no había problemas en pedir la desvinculación (de la vivienda) pero eso fue lo peor que hice porque llamé la atención, a lo mejor se acordaron de lo que hizo el viejo y me la cobraron a mí”, asegura Roque Rodríguez, que no tuvo más opciones que aceptar el desalojo y mudarse a otra vivienda en el mismo poblado de Jaimanitas.
Los vecinos con suerte.
En el mismo vecindario, pero en la calle 222, entre 222 B y 222 C, al fondo del propio CIMEQ, se alza la soberbia residencia donde vive la familia del actual primer ministro de Cuba, Manuel Marrero Cruz, y unos metros más adelante, pero desde la calle 11B hasta 5ta., se accede a los complejos de viviendas que pertenecieron al comandante Juan Almeida Bosque, también a la casa del coronel Nelson Camejo, jefe de Aseguramiento de Punto Cero; a la de la familia Hernandez-Trujillo, hoy desalojada; y a la antigua casa de Pedro Llanes, el primer chofer que tuvo Dalia Soto del Valle cuando fue a residir a la localidad en los años 80.
Pero a solo unos metros de la entrada a la residencia de Fidel Castro, llaman mucho más la atención las dos mansiones ocupadas, en calle 9na., entre 236 y 238, por Tania Méndez Flores y Ángel Vilaragut Sánchez, en condición de propietarios, de modo que pueden disponer de los inmuebles aun cuando también fueron otorgados en su momento por el Fondo de Vivienda y Medios Básicos del Consejo de Estado.
En el caso de Tania Méndez Flores, de acuerdo con información ofrecida por diversas fuentes consultadas por CubaNet, se trata de una especialista en Fisiatría y Rehabilitación del CIMEQ, al igual que su esposo, el coronel Carlos Portilla, que llegara a ser responsable del Departamento de Aseguramiento Material del propio centro médico, a la vez que encargado de la seguridad y atención a Fidel Castro, por lo cual este personalmente le otorgó la vivienda, una mansión casi tan grande y lujosa como la de él.
“No eran sus médicos de cabecera sino algo más importante, eran los encargados de velar porque a Fidel no le pasara nada malo en un quirófano o que le pusieran un medicamento que no era”, afirma una fuente del propio CIMEQ entrevistado por CubaNet bajo la promesa de proteger su identidad. “No había reunión, evento o lo que sea que ellos no supervisaran al detalle, e informaban diariamente a Fidel de todo lo que pasaba en el CIMEQ. Ese era el lugar donde se atendían él y todos los que lo rodeaban (…). Tania, porque estaba casada con Carlos, pero también porque los dos eran de total confianza para Fidel, y para Raúl, por eso aunque Carlos se fue para Miami, a Tania no la sacaron de ahí”, agrega la fuente.
Por su parte, Ángel Vilaragut Sánchez, vecino de Tania Méndez en calle 9na. A, se trata del padre de Ángel Vilaragut Montes de Oca, viceministro primero del Ministerio de la Construcción, que igualmente tiene allí su residencia como heredero del inmueble que su progenitor recibiera por su amistad con Fidel Castro desde mucho antes de enero de 1959 pero, sobre todo, por los servicios prestados durante los años en que el régimen, para esquivar el control de los soviéticos más que el embargo de Estados Unidos, ordenó de manera secreta a varios hombres de confianza la creación de empresas off-shore, especialmente en Panamá y Reino Unido.
“Tenerlos cerca era imprescindible, por eso cuando ves que fulano o mengano, totalmente desconocidos, viven en esa zona, tan restringida, tan vigilada, es porque algún servicio directo prestaban a Fidel”, explica un exoficial del Ministerio del Interior bajo condición de anonimato. “Eran asuntos tan confidenciales que ni por teléfono podían hablarlos, así que (Fidel) resolvía todo mudando a sus colaboradores a unos metros de él, a la vez que los tenía controlados (…). La casa no es del viceministro, él vive allí, pero en realidad la casa es del papá que hace años se retiró”, dice la fuente.
Sin embargo, con la jubilación no llegó el desalojo de Punto Cero, probablemente no tanto por el alto cargo que ocupa su hijo en el Ministerio de la Construcción sino por el papel que pudieran desempeñar sus otros dos hermanos, Iván y Juan Carlos Vilaragut Montes de Oca, al frente de varias empresas registradas en Panamá, algunas en fecha tan reciente como marzo de 2017. Los nombres de Tania Méndez y de Carlos Portilla aparecen relacionados como integrantes de los comités organizadores de casi todos los congresos y conferencias científicas del CIMEQ. Ella se mantiene residiendo en la mansión de calle 9na., casi en el mismo corazón de Punto Cero, mientras aguarda para reunirse pronto con su esposo e hijas, residentes en Miami.
Iván Vilaragut Montes de Oca, aparece como director de ECO-Ciudad L-1123, S.A., una empresa dedicada al saneamiento en varios distritos de Ciudad de Panamá, además de ocupar un cargo similar en AML Internacional, Inc., dirigida al asesoramiento financiero e inversiones. La mayor parte de la familia Vilaragut-Montes de Oca reside fuera de Cuba, en España y Estados Unidos.
Otros vecinos muy especiales.
Algunas de las casas y mansiones de Punto Cero y de los alrededores ―una extensión que supera los 20 kilómetros cuadrados en la localidad habanera de Jaimanitas― aún se encuentran habitadas; otras, incluso al interior del propio recinto que funcionara como un búnker para la familia Castro, han sido clausuradas y hasta puestas a la venta por sus propietarios, o ya arrendadas por el propio Consejo de Estado a extranjeros con empresas e inversiones en Cuba.
Una práctica nada nueva si se tiene en cuenta que buena parte de los amigos extranjeros tanto de Fidel Castro como de sus hijos, vivieron durante algún tiempo en las llamadas “casas de protocolo” que el Ministerio del Interior ponía a disposición del dictador.
Por la zona, desde los años 70 hasta la actualidad, han residido de manera permanente o temporal varios refugiados y líderes políticos, guerrilleros, empresarios y testaferros extranjeros como el italiano Sandro Cristoforetti, quien introdujo a Antonio “Tony” Castro en el mundo del golf y de los autos de lujo, más otros invitados especiales que el “Comandante” deseaba tener cerca, como son los casos del escritor Gabriel García Márquez, del fraile brasileño Frei Betto y el fallecido Hugo Chávez.
No obstante, uno de los vecinos de Punto Cero más especiales para Fidel Castro, y al mismo tiempo muy poco conocido, es Gassan Salama Ibrahim, un empresario colombiano, de ascendencia palestina y con residencia oficial en Panamá aunque permanece más tiempo entre La Habana y Caracas, que ha sido durante años el encargado de suministrar alimentos importados a la mesa de los Castro y, en los últimos años, a la de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, por medio de la empresa Lido International S.A., registrada en Panamá desde 1976 y asociada a la Cámara de Comercio Cubana, teniendo su sede oficial en calle 7ma., en Miramar, pero el emplazamiento real en la calle 11B, a escasos metros de la mansión de Fidel Castro. De esa forma, el perímetro residencial sirve de protección a Gassan Salama y a luchadores por la causa palestina.
Lido International S.A. se define como una empresa dedicada a la distribución y comercialización de alimentos y de materia prima para la industria textil, pero en realidad ha sido durante casi cuatro décadas una de las encargadas de llenar la despensa de los Castro, primero de la mano de Khaled Salama, padre de Gassan, y después de la de este, en conjunto con otra veintena de empresas de su propiedad, establecidas en Panamá como Orbit Zona Libre S.A., actualmente suspendida, pero fundada en 2011 por Hassan Youssef Hammoud, amigo de la familia Salama.
En agosto de 2021, algunos medios de prensa, entre ellos Armando.info, revelaron la participación de Gassan Salama Ibrahim en los negocios de corrupción de los empresarios chavistas Alex Saab y Álvaro Pulido.
Activo militante de la causa palestina, tanto Gassan Salama como su hermano Wafy Ibrahim suelen publicar en sus redes sociales mensajes de apoyo a los regímenes cubano y venezolano, así como fotografías que demuestran su cercanía a figuras como Fidel Castro (“Yo soy todo lo que soy gracias a Fidel”, ha dicho en un post en sus redes sociales), Rafael Correa y Nicolás Maduro.
En tal sentido, Gassan fue invitado como observador de las elecciones en Venezuela de 2018, y aún participa como proveedor en el principal programa de asistencia y control social del chavismo, los Comité Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), por los que se dice que recibe pagos millonarios del régimen venezolano, así como otros favores que benefician al medio centenar de empresas registradas en Panamá en los últimos 40 años, algunas enfocadas en la venta de combustibles, energías y construcción de viviendas. La casa de Gassan Salama en Punto Cero se encuentra próxima a la Unidad Motorizada de la calle 11B.
La muerte de Fidel Castro en 2016, el retiro de Raúl Castro al Segundo Frente Oriental, así como el presunto traslado de Dalia Soto del Valle a otra mansión en Atabey han marcado el nuevo aspecto de Punto Cero como la actual zona en decadencia donde van quedando muy pocos de aquellos viejos vecinos del dictador que en verdad fueron sus colaboradores más cercanos y secretos.
Por otra parte, con el deterioro y el relajamiento del cordón de seguridad, cada vez son más fuertes los rumores de que Punto Cero pudiera estar en la mira de varios inversionistas canadienses y de Reino Unido, así como de los empresarios militares cubanos, que aspiran a transformar nuevamente en un gran campo de golf, asociado a un ambicioso proyecto inmobiliario, esa parcela de Jaimanitas que se extiende entre las calles 11B, 5ta. D y 222.