jueves, 11 de julio de 2013

El juicio a Marquitos y la grandeza de la revolución.

Por Arnaldo M. Fernández.

"Hemos hecho una revolución más grande que nosotros mismos", subrayó Fidel Castro al dar en juicio testimonio y opinión de su propio interrogatorio extrajudicial al acusado Marcos Armando Rodríguez Alfonso. Así dejó sentado el juego lingüístico que encumbra al macrosujeto como fuerza legitimadora de cualesquiera decisiones y justificación recurrente para exigir sacrificios -incluso de la vida- a cualesquiera individuos. Para fusilar a Marquitos, Castro no tenía que traer a colación la grandeza de su revolución: bastaba atenerse a los hechos probados y a la sanción prevista en la ley. Castro invocó aquella grandeza para dejar claro que su revolución no admitía ya discusiones sobre denominación de origen entre las banderías confluyentes: el Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7), el Directorio Revolucionario (DR) y el Partido Socialista Popular (PSP). No en balde agregó: "Y tenemos que estar a su altura". El listón sería fijado en cada caso por Castro mismo.

Para disolver la tensión política, Castro descargó también la culpa sobre el periódico Revolución, que habría dado ya "muchos dolores de cabeza en muy distintas circunstancias" y aprovechado el juicio a Marquitos para "echar a pelear" a los revolucionarios. Castro se apeó de paso con una de esas profecías que se cumplen por sí solas: "Va a llegar un día en que vamos a tener mucha más cultura todo el pueblo y nuestra prensa va a estar muy lejos del nivel cultural [y] de las exigencias técnicas".

A poco de cerrarse el caso judicial de Marquitos y como consecuencia de la Operación AMROD de la CIA, salió a relucir que Joaquín Ordoqui, viejo cuadro del PSP y viceministro de las FAR, estaba sometido a "investigación completa de su conducta política [desde 1957] con entero espíritu de objetividad y justicia". La nota oficial precisó que la investigación llevaría tiempo, pero si se despejaba "toda duda" Ordoqui sería "restituido en sus cargos y recibiría pública satisfacción".

Según el sumario de la CIA, la Operación AMROD cesó hacia 1966 por pérdida de interés de los cubanos. Aparte del eufemismo para señalar que la Dirección General de Inteligencia (DGI) castrista se había percatado de la trampa, la CIA corroboró que el otro sujeto en desgracia, Teresa Proenza, ex attache cultural de la embajada de Cuba en México, había salido en libertad y trabajaba en una biblioteca de La Habana. Por el contrario, Ordoqui prosiguió confinado a una finca en Calabazar y al borde de su muerte por cáncer, el Buró Político tomó (abril 16, 1973) la decisión de "no acusarlo ante los tribunales [y] suspender las restricciones", pero sí de separarlo definitivamente del Partido y del Gobierno por "debilidades de la conducta revolucionaria [y] serios indicios de culpabilidad", aunque no constaran "pruebas definitivas".

La confluencia de ambos casos (Marquitos y Ordoqui) ha concitado múltiples hipótesis que distan mucho de la mejor explicación posible: Marquitos cayó fusilado por delación y Ordoqui en desgracia por medida activa de la CIA. Antes que rebajar las hipótesis superfluas con la navaja de Occam, muchos opinantes usan otra para sacar lascas a circunstancias inventadas [v.g., Jorge Valls asegura que Ventura tenía una llave del apartamento 201 en Humboldt 7 y Marquitos jamás tuvo posesión de ninguna] o dar perfil de misterio a los problemas [e.g., cómo el padre de Marquitos pudo sacar de la cárcel su carta a Ordoqui, que Roberto Fandiño mecanografió para dar copias a Alfredo Guevara, el G-2 y Chomón]. No hay que sudar mucho la camiseta para demostrar que la inocencia de Marquitos y la culpabilidad de Ordoqui traen su causa de la mentalidad de trastienda y el afán de correveidile, pero así suele discurrir el debate sobre las peripecias de ese fenómeno histórico denominado revolución castrista.
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