miércoles, 10 de julio de 2013

Paquito D'Rivera sobre Bebo Valdés.

Por Paquito D'Rivera.

En 1997, Guillermo Cabrera Infante venía a Madrid a recibir su bien merecido premio Cervantes de manos del mismísimo Rey Don Juan Carlos de Borbón. Para celebrar la ocasión, el productor de espectáculos Javier Estrella organizó un recital en el pequeño y acogedor teatro del Círculo de Bellas Artes, sobre el que rememorando recientemente escribió: -"Desde el primer momento supe que el mejor concierto posible para dedicarle a Cabrera Infante era llamar a sus dos grandes y queridos amigos, Bebo y Paquito, y que le llevaran con su música a dar un paseo por su añorada Habana, aquella en la que los tres habían dejado unos tristes tigres". Y razón tenía Estrella, pues hoy aún recuerdo con nostalgia aquella memorable velada con dos de mis héroes favoritos, "Caín" y "El Caballón", que es como llamábamos cariñosamente a los célebres compatriotas.

Recuerdo que la tarde anterior habíamos llegado de Estocolmo y Nueva York respectivamente, y al Bebo le habían desviado su equipaje a quién sabe qué punto distante del planeta, dejándolo con lo que llevaba puesto solamente. Suerte que el pianista siempre andaba preparado para cualquier eventualidad, y venía -como de costumbre- impecablemente vestido de cuello, corbata y su inseparable blazer azul marino, que más que un pianista caribeño, le hacían lucir como un aristócrata italiano demasiado tostado al sol.

Como a las 8 o las 9 de la noche nos dimos cita en el hermoso apartamento con vista al Parque del Retiro donde mi buen amigo Carlos Alberto Montaner y su encantadora esposa Linda nos habían invitado a cenar en la grata compañía de Patricia y Álvaro, esposa e hijo de Mario Vargas Llosa. Los Montaner reciben con frecuencia personajes ilustres en su hogar, y aunque la comida estuvo deliciosa y la conversación muy animada, la que se robó el show aquella noche fue la nietecita de Linda y Carlos, quien con esa mezcla de ingenuidad y aplastante lógica que tienen los niños, tímidamente le preguntó a su abuelo si el señor Bebo era un rey africano.

Todos reímos de la ocurrencia de la niñita y hoy ya nadie se acordará de la respuesta que le habrá inventado el escritor, pero lo cierto es que "El Caballón" -que por algo le pusieron el sobrenombre-, erguido sobre sus seis pies y pico de altura, tenía realmente una presencia impresionante y majestuosa, y da para pensar que aquella niña no estaba tan lejos de la verdad cuando creyó ver un símbolo de nobleza en la esbelta figura del músico.

Hoy que ya no está entre nosotros y volviendo la vista atrás, veo que entre las tantas cosas valiosas que heredé de mi padre, estuvo la tierna amistad de este hombre inmenso de cuerpo y alma, verdadero Rey de corazones, sabio, afectuoso, mítico y sencillísimo a la vez. También puedo decir con sano orgullo, que uno de los momentos más felices y acertados de mi carrera fue cuando en 1994 convencí a los de la empresa alemana Messidor de producirle un disco a "El Caballón", después de más de tres décadas alejado de los estudios. Y es que sin duda alguna, el Bebo Valdés fue -artística y humanamente- una personalidad única que epitomiza la elegancia del músico cubano de una época desafortunadamente perdida en el tiempo y el espacio, completamente incompatible con la epidémica vulgaridad que ha infestado nuestro gremio por más de cincuenta largos años.
Share:

0 comments:

Publicar un comentario