martes, 9 de julio de 2013

Raulismo de mercado.

Por Camilo Ernesto Olivera Peidro.

Todo parece indicar que el sector cultural está en la mirilla de los Ukases del reformismo raulista. Para el próximo verano, específicamente a partir del mes de julio, otra ola de cesantías sacudirá a la mayor parte de las empresas de contratación artística.

Durante el año pasado, un primer paso en este sentido dio como resultado miles de despidos en casi todas las entidades supeditadas al Ministerio de Cultura. En la década pasada, a la sombra de la denominada “Batalla de Ideas”, el sector cultural recibió un fuerte espaldarazo. Como ha sido habitual durante las últimas cinco décadas, este impulso estuvo bendecido por una frase voluntarista de Fidel Castro. Según él, Cuba estaría destinada a convertirse en el país más culto del planeta.

Por ello, era preciso crear las condiciones necesarias para que todo el pueblo alcanzara una cultura general integral. Hoy, a casi diez años de aquella risible consigna, el paisaje es desolador. La mayor parte de las instituciones culturales están deterioradas o se encuentran en crisis total. El pueblo cubano está cada vez más embrutecido, desinformado y deformado a nivel educacional y cultural.

En estas circunstancias, el gobierno no está interesado en buscar soluciones que democraticen el acceso a la información. Lejos de  propiciar que el arte y la cultura puedan estar al alcance de todos, el raulismo de mercado está aplicando una terapia de choque típicamente neoliberal.

Bajo las aguas negras de este tsunami, están en riesgo de caer los artistas o las entidades que no cumplan con determinados parámetros de rentabilidad. Por solo poner un ejemplo, en el área de la música corren serio peligro dos géneros que nunca han gozado del beneplácito oficial, el rap y el rock. Los cultores de  ambos géneros lograron, a la vera de la década pasada, la concesión de que se crearan empresas de representación artística especializadas. Las empresas garantizarían un marco legal para el desempeño profesional de estos artistas.

Vale aclarar que para que un músico pueda acceder en Cuba al pago por sus actuaciones, tiene que pertenecer a una empresa de contratación estatal. El rap y el rock han demostrado calidad artística suficiente y tienen poder de convocatoria.  Sin embargo, el acceso a los medios de difusión y los canales de comercialización resulta difícil para ambas empresas.

Tanto los medios como los canales mencionados, están dominados por una casta que ha sido beneficiaria de la política ideológica del partido único, el tráfico de influencias y el histórico dominio de la música popular bailable. Además, la radio y la televisión, bajo férreo control ideológico, parecen condenadas a permanecer de espaldas a lo que realmente ocurre en la nación.

Mientras tanto, los canales autónomos de legitimación del arte toman cada vez más protagonismo. Varias galerías independientes están abiertas a obras cuestionadoras de la realidad, cuya ruptura con el discurso ideológico del poder es evidente. La mayor parte de las nuevas propuestas de índole musical, en sus diversos géneros, se graba y distribuye al margen de las disqueras oficiales. Sin embargo, la dictadura aparenta tolerar pero no acepta esta situación. Sus órganos de inteligencia monitorean y acechan constantemente los proyectos cívicos y socioculturales como Estado de SATS y OMNI.

Cuando una dictadura pierde sus espacios de influencia ideológica, recurre a la coacción como método de contención. En las complejas circunstancias que se avecinan, cabe esperar un nuevo periodo de oscuridad en la cultura cubana. Las fórmulas de exclusión se basarán en justificaciones de índole económica. Estas serán un perfecto marco legitimador de nuevas variantes de represión que, como recurrentes nubes grises, gravitan sobre la cultura en Cuba.
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