Por Víctor Manuel Domínguez.
Saltar como monos de feria y aplaudir cual focas amaestradas los límites impuestos a la libertad de expresión y asociación en Cuba demuestra que artistas, escritores, amanuenses, mercachifles y funcionarios del sector cultural aún no se atreven a romper la talanquera política ni alejarse del pastoreo ideológico en los que permanecen desde aquel corralito que levantó Fidel con sus Palabras a los intelectuales en 1958: “Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada”.
Temerosos de ser condenados al ostracismo, encarcelados u obligados a partir al exilio, como ha ocurrido con los opositores a la política cultural revolucionaria en más de medio siglo, optan por arrullarse unos a otros, fingen entrega incondicional, corean lemas y consignas, firman apoyo a fusilamientos, marchas, restricciones; cultivan voluminosos vientres, y duermen sin pesadillas.
Los “malos” ejemplos de Reinaldo Arenas, Manuel Ballagas, Tania Díaz Castro, María Elena Cruz Varela, Raúl Rivero, Jorge Ángel Pérez y Juan Carlos Cremata, por sólo citar algunos escritores y artistas que decidieron pensar y crear fuera del corralito; les causan sudoraciones patrias y nirvanas verde olivo, que los convierte en marionetas de una política de intolerancia y control.
De ahí que a nadie sorprendiera el entusiasmo servil mostrado ante el discurso de clausura del 9no Congreso de la UNEAC, donde el gobernante Miguel Díaz-Canel, entre promesas de mejoras económicas, destrabes burocráticos y elogios de la incondicionalidad y entrega de los escritores y artistas invitados al evento, los devolvió al corralito cuando dijo: los límites para la creación “comienzan donde se irrespetan los símbolos patrios y los valores sagrados de la patria”. Es decir, que pese a sentenciarlos a seguir encerrados en los respectivos estancos del mismo corralito -aunque ahora con cercas repintadas y permiso para mirar el mundo (Internet)-, los creadores cubanos balan o rebuznan de júbilo en las renovadas corraletas de una política cultural excluyente, manipuladora y academicista, que a través de patrones ideológicos, y no de valores estéticos, determina quién es artista o no en esta isla, o qué es banal o indecente para el pueblo.
Que se puedan distinguir los símbolos patrios de una expo de pañales desechables, un bosque de Bonsái o un festival de reguetón, no lo niego. ¿Pero cuáles son, dónde están, cómo se entienden los valores sagrados de una patria que han querido confundir con un partido, la nación con el proceso revolucionario y la cultura con una ideología?, como expresara en acusadoras palabras el Arzobispo Pedro Meurice Estiú, que aún salvaguardan la dignidad del país desde ultratumba.
En realidad, no creo que los mediocres o talentosos creadores que integran las filas de la UNEAC se atrevan siquiera a pensar en definir esta dicotomía ética expresada por Pedro Maurice. Quienes apoyan leyes que hoy enviarían a Benny Moré a trabajar de buquenque en una piquera de almendrones y al Chory a percutir sobre las tablas de una carretilla de verduras por no tener diplomas que los acreditaran como músicos, no tienen derecho a decidir quién es artista o no.
¿Alguien puede imaginar a Nicolás de la Escalera expulsado del Museo Nacional de Bellas Artes por Pedro de la Hoz y enviado a los almacenes San José a comercializar su obra, pues no egresó de la escuela de arte San Alejandro? ¿O a Hernández Catá con El ángel de Sodoma bajo el brazo en espera de que Barnet apruebe la decencia y los valores ideológicos del texto para publicarlo?
No quiero ni pensar en qué diría Guido López-Gavilán de la interpretación de Songo le dio a Borondongo por Celia Cruz, si esta abandonó el país hacia territorio enemigo. Además, pienso en que decisión tomaría Abel Prieto ante la decisión de Carlos Enríquez de vender “El rapto de las mulatas” a un vejestorio español, o de “La Jungla” de un Wifredo Lam afiliado a un partido opositor.
Estas no son falsas elucubraciones, ni situaciones traídas por los pelos, sino partes de una verdad subliminal que afrontarían estos o actuales y venideros creadores sin títulos académicos, escuelas de arte o carnet de militante comunista, ante las limitaciones estéticas e ideológicas impuestas desde una política cultural diseñada para el control del poder y apoyada por quienes están llamados a contrarrestarla, pero que como buenos vividores, optan por aplaudirlas sin mirar atrás.
No es casual ni gratuito que apenas una semana después de la celebración del congreso de marras (28 al 30 de junio), periodistas y escritores oficialistas como Luis Toledo Sande, Paquita de Armas y Leydis Fernández de Juan, desde diversas plataformas de información y diferentes niveles de compromiso, defiendan a capa y espada lo expresado en el evento y arremetan con epítetos y amenazas contra quienes critiquen o pongan en tela de juicio la política cultural de la Revolución.
Ante la intolerancia oficial y el entusiasmo servil de los artistas, escritores, amanuenses, mercachifles y funcionarios del sector cultural que participaron en el 9no Congreso del partido y la UNEAC, no hay dudas de que el corralito cultural sigue igual: “Dentro de la revolución –talanquera política-, todo; contra la revolución –pastoreo ideológico-, nada” ¿Hasta que se seque el malecón?