viernes, 22 de noviembre de 2019

Katherine Bisquet, agente encubierta de la CIA en La Habana.

Por Olga Elena Suárez.

Katherine Bisquet

Alguien ya me ha preguntado que cómo sé yo todo esto sobre Ka. La respuesta ha parecido simple aunque extraña: Un pacto. Ka y yo hemos pactado desde hace mucho tiempo. ¿Qué han pactado? Hemos pactado encontrarnos en el camino. ¡Ah, coincidir! No, no coincidir, encontrarnos. ¿Y cuál es el camino? Yo he callado, o más bien he sentido el franco impulso de callar, y he dicho luego: Una de las dos debía moverse y una de las dos debía estarse quieta. (Esto a alguien le ha parecido una broma). Si las dos nos movemos el camino no abrirá la tierra. Si ninguna de las dos se mueve la tierra no se abrirá en el camino. ¿Y cómo lo decidieron? Yo, que había de moverme, me he estado muy quieta. Ka, que había de estarse quieta, no ha podido sino moverse. ¿De manera que así se ha abierto el camino? ¿En la desobediencia? No, el camino sólo se ha abierto en el miedo. Bueno, ¿y cuándo se han encontrado? ¿Ka y yo? No, Ka y yo no nos hemos encontrado nunca. ¿Cómo sabe entonces todo esto? Un pacto, se lo he dicho. Ka y yo hemos pactado desde hace mucho tiempo.

La acusación.

La noche se aplasta como un paño húmedo sobre las azoteas de Santos Suárez y Katherine Bisquet se mece en una hamaca dentro de la sala redonda de su casa. Una gata viejísima y una ventana cóncava asisten, en un tercer piso de un edificio destrozado sobre un cerro, a las últimas horas de la inocencia de Katherine. En un rato vendrá la casera con las manos temblorosas a decirle que se tiene que ir de ahí lo antes posible, en una o dos semanas a lo sumo. La Seguridad del Estado la ha investigado a ella, a la casera, en el CDR y en su trabajo también. La han venido a ver hoy finalmente y es de este infeliz modo que ahora ella lo sabe todo sobre Katherine y la CIA.

Katherine no duerme esa noche porque tiene miedo. Un miedo que proviene de una región extraña en la que, cree recordar, no ha estado nunca. Ahora, por primera vez en este mes entero, cae el peso desolado de la vulnerabilidad sobre ella, y su vulnerabilidad es un Polifemo enorme que grita que Nadie lo ha herido y al que por eso mismo nadie podrá hacer ya caso. La Seguridad del Estado es mañosa como una vieja, concluye Katherine ya avanzada la noche, pero sus encías rancias chupan con el desespero de un recién nacido. Vaya calamidad, murmura mientras el sopor del amanecer la hunde en el sueño.

Esa misma tarde Katherine cuenta esta historia a un par de amigos y uno de ellos, una muchacha muy joven y muy militante en las filas de la yerba, el sexo y las lecturas de poesía, le ofrece su casa indefinidamente. O sea, por otro mes entero, el tiempo justo que le tomará a la Seguridad del Estado, que posee la precisión estrafalaria de todos los viejos para levantarse, deslizar una citación por debajo de la puerta según la cual esta amiga se deberá presentar a las 14 horas de la tarde siguiente en las oficinas del Jefe de Sector de Santos Suárez. Los temas a tratar son, a saber: la relación de Katherine con la CIA, la relación de Katherine con otros agentes de la CIA en La Habana, el pavoroso pulóver #YoVotoNO con el que Katherine intentó sabotear la lectura de poesía de la tarde del 12 de febrero en el Pabellón Cuba, la declaración anti-349 con la que Katherine comenzó su lectura, los jalones de pelo entre Katherine y la organizadora del evento una vez concluida la lectura, el estatus ilegal de Katherine en La Habana atendiendo al razonable inciso G del artículo 5 del Decreto No. 141 de la Constitución, según el cual todo el que cambie de domicilio y sin causa justificada no se inscriba dentro de los tres días hábiles siguientes a dicho cambio en el nuevo registro de direcciones… La joven militante de las lecturas de poesía, entrenada en las más acrobáticas jerigonzas del lenguaje, comprende a cabalidad.

Unos días más tarde Katherine está de vuelta en el sorteo de almas caritativas que la quieran socorrer y es ahora un muchacho mucho menos joven y por descontado mucho más cínico el que le ofrece un cuarto. Katherine se lleva su gata y su laptop hasta Playa y comienza a tratar de contar esta historia. Sobre todo, claro, comienza a tratar de desaparecer, y en algún punto encuentra una manera de conciliar estas dos urgencias. Ya para principios de agosto las aguas andan mansas y Katherine siente que es hora de buscarse la vida, así que le da las gracias y las llaves al muchacho y se va a alquilar cerca del zoológico de 26.

Pero sólo dos días le toma esta vez a la Seguridad del Estado acercarse a la nueva casera, quien tras exigirle una hora más tarde a Katherine que abandone inmediatamente la casa, procede a comunicarle que alguien le ha dejado un mensaje para encontrarse a la mañana siguiente en la estación de la policía de 21 y C. Katherine, se entiende, está confundida. ¿Sólo 48 horas? ¿Qué ha pasado con el viejo modus operandi? Y este mensaje, ¿qué es? ¿Una citación oral? ¿Una citación fantasma? ¿Una citación que se resiste a la materia? ¿Pero no se ha esforzado ella lo suficiente en tratar de ser anulada? ¿Y por qué nadie fue a buscarla a la casa del muchacho cínico? ¿Será definitivamente el cinismo el círculo de sal entre la Seguridad del Estado cubana y sus elegidos? ¿Pero cómo es que entonces no están a salvo todos los cubanos? ¿Se necesitará algún grado específico de cinismo o ella, Katherine, no para de entenderlo todo mal?

El interrogatorio.

En la estación de la policía de 21 y C ninguno de los oficiales de guardia reconoce la naturaleza de la citación. Usted debe entender, sin embargo, le dice Katherine a una cuarentona que mueve la cabeza de un lado al otro, que yo he sido citada en este lugar, y que algo inquietante me tiene que resultar el hecho de que aunque usted no parece reconocer el origen ni el carácter de mi citación, tampoco niega su validez. La mujer sigue moviendo la cabeza, ahora incontrolablemente. Quizás la hayan citado para alguna otra estación, dice por fin, todas las estaciones están conectadas y aunque le hayan dicho 21 y C puede que lo que en realidad hayan querido decir fuera otra cosa, otra dirección. Katherine la mira todavía por un momento y luego se larga, pero justo antes de llegar a la esquina alguien grita su apellido desde la entrada de la estación. Katherine sabe que la voz pertenece a un hombre, pero bajo el cielo del Vedado un sol redondo como una pelota de goma rueda entre la mirada y las cosas, y no es hasta que ha desandado sus pasos que consigue verlo.

Ha habido un error, Bisquet, dice el hombre con agitación y sin mirarla demasiado. Katherine piensa que este hombre ha debido caminar muchas cuadras y tener que gritarle de ese modo lo ha dejado ya sin fuerzas, pero piensa también que ella ha escuchado antes sobre este opening: el error logístico que pone a todos del mismo lado, el error inocente que relaja y penetra cualquier resistencia. Ya antes de franquear el patio de entrada Katherine tiene la intuición, aunque este es o cree ella que va a ser el primer interrogatorio de su vida, de que algo no anda bien. Venga por aquí, dice el hombre mientras va abriéndose paso entre oficinas en penumbras, como si la estación de 21 y C no fuera uno de esos vulgares recintos en los que legisla la estupidez en Cuba, sino que fuera el set de una película sobre la RDA; un homenaje casi hermoso a todos los interrogados del mundo.

Cuando por fin llegan a la última habitación, el hombre se tumba en una silla de un lado del buró que hay allí, y su cuello esbelto suda enormemente. Bisquet, siéntese, vamos a hablar, dice muy bajo, y Katherine se tumba inquieta en la única silla que queda disponible y que se encuentra del otro lado del buró. ¿Usted tiene idea de por qué está hoy aquí? Katherine duda primero, pero luego se aventura: Bueno, al parecer por un error. El hombre sonríe nervioso y esto, como es lógico, perturba a Katherine, en cuya experiencia literaria y cinematográfica (sus únicas experiencias hasta este día con el esquema del interrogatorio) en una sala de este tipo con un nervioso alcanza. Mire, Bisquet, ha habido un error, sí que lo ha habido, pero mi pregunta es si de no haber ocurrido este error, sabría entonces por qué está hoy aquí. Katherine siente que los muslos comienzan a movérsele sobre la silla de plástico y para ganar tiempo repasa los cuadros gastados de la camisa, los espejuelos sobre el puente de la nariz, el pelo escaso sobre la frente. No, compañero, la verdad no sabría, dice con los ojos errantes ya de vuelta, como si esa grosera maniobra pudiese a un mismo tiempo salvarla a ella y confundirlo a él. Bueno, Bisquet, si usted no lo sabe yo tampoco se lo puedo decir, porque como usted misma ha visto todo esto no ha sido más que un error. Katherine cruza el pie izquierdo sobre el derecho y pregunta si puede fumar. Adelante, dice el hombre, arrimándole un cenicero redondo de madera, y Katherine saca de su bolso una caja de Criollos y otra de fósforos y prende un cigarro como quien prende una provisión de aplomo. En cualquier caso, dice en un intento ofuscado después de darle la primera calada, yo quisiera si es posible que me mostrara mi citación oficial. ¿Pero qué citación, Bisquet? Nosotros, ahora que se nos ha dado la oportunidad, lo que vamos a hacer es hablar. Déjeme presentarme, yo soy Alfredo, dice el hombre y le extiende la mano, y solo entonces Katherine comienza a medir el alcance de su propia torpeza.

Alfredo espera a que Katherine avance en su cigarro todavía un poco y luego dice: Verá, Bisquet, yo atiendo Cultura, un área conflictiva como usted seguramente sabe, pero que no carece de encantos. Y le digo que no carece porque no vaya a pensar usted que no se encuentra uno tesoros también en la Agricultura, por ejemplo, y se lo digo sin ironía. Katherine nota cómo el sudor desaparece del cuello de Alfredo y en su lugar va dejando un barniz viscoso como el rastro de un molusco. Ya que estamos, dice, vamos a llamar las cosas por su nombre, y en su voz se siente el ahogo de a quien su mala fortuna lo ha llevado a anunciar una penosa noticia: Usted no es una escritora muy importante y usted lo sabe, Bisquet. ¡Dos penosas noticias!, piensa Katherine, y ciega en el desespero por devolver el golpe, replica: Pero una agente importante sí que soy, y Alfredo la mira con una condescendencia que dan ganas de llorar y le dice que por favor no malinterprete las cosas.

Verá, no es nada personal, antes los escritores sí que eran importantes, ¿pero ahora sabe usted cuál es el más terrible enemigo de la revolución? Katherine, un poco recobrada, siente la compulsión de decir Trump, pero sabe que esto le provocaría un acceso de risa y que un acceso de risa en este minuto sería cuando menos imprudente. Por suerte para Katherine, Alfredo no aguarda una respuesta, lo cual quiere decir que la pregunta no ha sido una pregunta y esto a su vez quizás quiera decir que el interrogatorio no es un interrogatorio: Mark Zuckerberg, Bisquet, Mark Zuckerberg es el más terrible de todos los enemigos de la revolución.

Dígame, ¿usted ha escuchado hablar de SNET? Katherine responde que no y cuando aplasta el cigarro en el cenicero el olor empalagoso del cabo parece empañar el único foco de luz del cuarto. Bueno, esos muchachos andan preparando una protesta delante del MINCOM para mañana, y nosotros, usted entiende, no quisiéramos que mucha gente se portara por ahí. ¿Y qué es lo que quier…, va a preguntar Katherine pero Alfredo la interrumpe, no Bisquet, usted no entiende, no se trata de eso, se trata sólo de que no se porte mucha gente por ahí. Pero es la CIA, sonríe Katherine, la que está detrás de esos muchachos, ¿no? Alfredo la mira y al fondo de los espejuelos sus ojos se han oscurecido hasta casi desaparecer dentro de la penumbra de la oficina de contrainteligencia de la estación policial de 21 y C. Katherine quiere preguntar todavía cuántos alquileres más tendrá que perder antes de que se empiecen a olvidar de ella, pero en vez de eso pregunta si ya puede irse y Alfredo asiente con la cabeza. Una última cosa, Bisquet, dice justo antes de que Katherine alcance la puerta de la habitación, recuerde que ha habido un error, sí que lo ha habido, pero no vaya usted a malinterpretar las cosas.

El sueño.

Katherine tiene un sueño esa noche: Alfredo le pregunta: Dígame, ¿usted ha escuchado hablar de SNET? Katherine responde que no y cuando aplasta el cigarro en el cenicero el olor empalagoso del cabo parece empañar el único foco de luz del cuarto. Bueno, esos muchachos andan preparando una protesta delante del MINCOM para mañana y nosotros, usted entiende, no quisiéramos que mucha gente se portara por ahí. ¿Y qué es lo que quier… va a preguntar Katherine, pero Alfredo la interrumpe, no, no, Bisquet, usted no entiende, y sin embargo yo creo que usted, precisamente usted, debería entender, porque usted con seguridad recuerda una historia muy triste aunque muy bonita que una vez escribió (y al fondo de los espejuelos sus ojos son ahora dos caminos anochecidos) sobre unos padres que durante el período especial consiguen una pechuga de pollo y la reparten entre sus dos hijos pequeños, pero estos no prueban bocado y dicen, sentados frente al televisor, que ellos lo que quieren es el huevo de todos los días. Los padres regresan callados con los platos hasta la cocina y entonces, como si lo hubiesen planeado, creo que dice usted, se abalanzan sobre los trozos de pechuga y los devoran en unos segundos. Luego se limpian la boca y encienden el fogón para poner a cocinar los huevos. Y usted, Bisquet, quizás piense que todo eso le puede parecer insoportablemente literario a alguien como yo, aunque le haya dicho que atiendo Cultura y que sé que Cultura tiene sus encantos, pero qué diría usted si yo le dijera que lo único que yo he escuchado durante años y más años ha sido a todos nosotros pidiendo huevos. Una turba de alucinados con un nido en el alma. Yo sé que usted puede creer, Bisquet, que todos pueden creer que en realidad quieren otra cosa, ¿pero si fuera así por qué solo piden huevo?

En el sueño los muslos de Katherine tiemblan y ella abre la boca para decir algo, pero el maullido insistente de la gata la despierta sobre el sofá pasadas las dos de la mañana. Entonces le echa un poco de sobras, prende un cigarro y comienza a escribir.
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