jueves, 29 de octubre de 2009

Cuba, con freno y marcha atrás,

Por Bertrand de la Grange y Maite Rico.

Diez en contrainteligencia. Cero en economía. Mientras se dedica a poner en evidencia a los servicios secretos españoles y defenestrar a los amigos de Madrid en La Habana, el régimen cubano sigue sin dar de comer a su población. A los ingenuos que creían en la posibilidad de un cambio de rumbo, los hermanos Castro han contestado con más restricciones económicas y nada de apertura política.  Las "medidas excepcionales", en vigor a partir del 1 de junio, incluyen una reducción sustancial de la cuota mensual de algunos productos, como los frijoles, los guisantes o la sal, que los cubanos compran, desde 1962, a precios subsidiados con la libreta de racionamiento. Han vuelto los apagones para ahorrar energía y se ha reducido el transporte público por falta de combustible. Todo empezó con un editorial apocalíptico del diario Granma, que sugería a los cubanos una nueva consigna macabra, "ahorro o muerte", además de las existentes "patria o muerte" y "socialismo o muerte". En un país donde la población se pasa la vida intentando "resolver" la comida del día y sólo encuentra puestos vacíos en los mercados, resulta sangrante que se le pida ahorrar. En Cuba, "nadie se muere de hambre", machaca cansinamente la propaganda oficial, pero la inmensa mayoría de la población pasa hambre. Sólo se salvan los "empresarios" del régimen y los que reciben remesas de sus familiares en el extranjero. ¿Los cubanos derrochan la energía? Sin la menor duda. Y lo hacen por dos motivos. Primero, porque los aparatos eléctricos disponibles en la isla son de mala calidad y consumen demasiada electricidad. Pero también porque, para muchos, robar al Estado es una forma poco arriesgada de tomarse la revancha. Manipular un contador de luz o sustraer la materia prima en las empresas públicas "compensa" el salario mensual promedio de menos de 20 dólares, que no da para comprar nada. El Gobierno asegura que "la difícil coyuntura económica" se debe a "la crisis global del capitalismo" y a la "guerra económica" de Washington contra la isla. Un tercer factor sería "la pérdida de 10.000 millones de dólares" -una cifra muy inflada, por cierto- "como consecuencia del paso de tres huracanes por el territorio nacional" el año pasado. Los dirigentes se cuidan bien de señalar que Estados Unidos, a pesar del embargo comercial, se ha convertido en el primer proveedor de alimentos de Cuba, que importa el 80% de la comida consumida por sus once millones de habitantes. Lo único cierto en las explicaciones oficiales es que la crisis internacional está afectando a la baja el turismo y el precio del níquel, las dos principales fuentes de divisas de la isla. El problema de Cuba es su modelo económico y la falta de libertad, que sofocan toda iniciativa individual. Y la "gestión militar" impuesta por Raúl Castro no solucionará nada: es más, los desequilibrios del comercio se han agravado y las importaciones triplican las exportaciones. Es una situación insostenible y hay señales de que Cuba ya no puede pagar sus facturas pendientes. Además, la ayuda masiva de Venezuela, que le vende 115.000 barriles de petróleo por día a un precio de ganga (menos de $20 el barril, que llegó a costar casi $150 el año pasado en el mercado internacional), está en peligro por las propias necesidades de política interna de Hugo Chávez. Los cubanos de a pie temen lo peor y se angustian con la idea de que vuelvan esos años terribles del "periodo especial", cuando el derrumbe de la URSS, en 1991, provocó la suspensión de los enormes subsidios que daban de comer a la isla. Cuba no tendrá remedio mientras estén los Castro. Los dos hermanos saben que cualquier cambio de rumbo, cualquier apertura política, les llevará inevitablemente a perder el poder, como ha ocurrido en los otros países del "socialismo real". Y, para que las cosas no cambien, los pocos recursos de la isla sirven para mantener un costosísimo aparato de seguridad, encargado del espionaje político dentro y fuera de Cuba. Lo acabamos de ver con una operación típicamente estalinista para desbancar a dos aparatchiks del régimen, el vicepresidente Carlos Lage y el canciller Felipe Pérez Roque. La defenestración ocurrió hace tres meses pero siguen saliendo nuevos datos. Se va confirmando de que se trató de un golpe preventivo para neutralizar a dos hombres que varios gobiernos extranjeros, empezando por España y Venezuela, veían con buenos ojos para una eventual transición, democrática o no. Algo intolerable para los hermanos Castro, que se consideran insustituibles. Lo más curioso es el papel desempeñado por el tal Conrado Hernández, un cubano que representaba los intereses comerciales e industriales del gobierno vasco y cuya hija estudia con una beca en España. ¿Quién le sugirió grabar las conversaciones con sus dos amigos, que hacían chistes sobre la salud de Fidel y las deficiencias intelectuales de su hermano Raúl? ¿Fueron realmente, como se ha filtrado desde Cuba, los agentes españoles del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), que buscaban pruebas de que Lage y Pérez Roque se estaban desmarcando del régimen y se perfilaban como el relevo generacional en el poder? ¿O fue la contrainteligencia cubana, que vio la oportunidad de matar dos pájaros de un solo tiro: deshacerse de dos hombres que hacían sombra a los Castro y disuadir al Gobierno español de meter las narices en los asuntos internos de la isla? Si las grabaciones están en manos de los cubanos es que el complot fue más de los Castro contra España que de España contra los Castro.
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