miércoles, 28 de octubre de 2009

Gustos que merecen palos.

Por José Hugo Fernández.

Un nuevo souvenir parece acaparar las preferencias entre cierta morralla de turistas extranjeros que por estos días visita el casco histórico de La Habana Vieja.
Así como hay chiflados que se aficionan a coleccionar cabezas humanas reducidas, y hay idólatras que le rezan al tronco de un árbol o a una jicotea, o así como abundan los veneradores de monstruos, a lo Michael Jackson, hoy somos testigos de una invasión de fetichistas cuya debilidad consiste en retratarse en nuestras calles junto a ancianos que, por algún detalle (un rasgo físico, una prenda, un ademán), remiten a Fidel Castro, sin que necesariamente tengan que ser idénticos, ya que se trata de una especie de moda posmoderna basada en el simulacro como juego, aberrante, de la nostalgia.

Basta con dar unos pasos por la calle Obispo, la Plaza de Armas, o el Patio de la Catedral, entre otros sitios de concurrencia turística, para identificar a la caterva de viejitos que ahora se dedican a rentar su estampa, siempre con barba cana, sugestivo talante y, claro, disfrazados para la ocasión.

Por el precio de 1 cuc, los turistas se toman fotos junto a estos estrafalarios caricatos que juegan a parecer lo que no son, pero sin parecerlo tanto como para que se les tome como profanadores de una imagen que es aquí sacrosanta.

Lo más curioso del asunto radica justamente en que no necesitan imitar a su modelo con lujo de pormenores. Todo es maroma lúdica, sugerente parodia, y en ello descansa el atractivo mayor de la foto como producto final para el turista.

Los ancianos camuflan su intención bajo las apariencias –nunca demasiado explícitas- de otras figuras bien conocidas, digamos la del ayatolá Jomeini, o la de Hemingway, o la de San Lázaro. Eso también forma parte del juego. Hay incluso caricatos negros, los cuales aplican un giro de franca irreverencia a la parodia, y hasta quizás de burla, aunque es de suponer que sea burla sana.

Por más que la mayoría de ellos actúa en forma independiente, lo hacen aprovechando una cobertura oficial, dada en el hecho de que la Oficina del Historiador de La Habana ha creado la figura legal del “Personaje costumbrista”, mediante la cual emplea a decenas de personas cuya labor consiste en pasearse por el casco histórico, o permanecer en puntos claves, bajo disímiles disfraces, para dar colorido y ambiente de época a las calles y sitios.

Es algo que les ha caído del cielo a los ancianos caricatos, quienes aprovechan la circunstancia para confundirse con los legalizados “personajes costumbristas”. Y así consiguen hacer su pan del día evadiendo la vigilancia policial.

Tal es su éxito y tanto se ha propagado, que ya existe hasta una guía turística de muy socorrida consulta por parte de los europeos (la guía Cuba, Editorial Lonely Planet, 503 páginas con 100 mapas), cuya portada está ilustrada precisamente con el rostro de uno de estos viejitos de recurrente porte.

Hay gustos que merecen palos, exclamarían sin duda nuestros abuelos ante la afición que ahora compulsa a los turistas extranjeros a llevarse como souvenir una foto junto a estos infelices. Pero, en fin, para gustos se hicieron colores.

Habrá que consolarse pensando que su afición sirve para que no pocos ancianos habaneros de barba blanca y triste figura puedan comer caliente cada día.
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