miércoles, 1 de julio de 2020

Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma debe ir a la montaña.

Por Jorge Ángel Pérez.


Yordán llegó hace cinco días a La Habana sorteando mil peligros. Por mucho que lo aconsejara su madre, preparó la mochila y se la colgó del hombro. Salió sin despedirse para evitar la “matraca” de su madre, las súplicas, el llanto. Hace casi tres meses, cuando hizo el viaje al revés, ese que lo llevó de La Habana a Manzanillo, supuso que todo lo que había ahorrado le permitiría vivir unos cuantos meses, quizá hasta un año. Yordán trató de “estirar” su dinero todo cuanto pudo…, hasta que no lo consiguió más…, pero antes comió “bien”, o algo mejor que la mayoría de los manzanilleros, y le dio algunos “gusticos” a su madre.

Al día siguiente de su llegada a Manzanillo, Yordán disfrutó el volumen de su billetera y regresó a su casa en el carricoche con el puerco ya muerto, y se sintió orgulloso mientras desandaba el barrio. El puerco abierto y despojado de pelos le parecía hermoso, sugerente, apetitoso. Yordán dice que quería “especular”, aunque lo que realmente deseaba era ostentar, pero eso no importa tanto porque Yordán no gana su dinero en La Bolsa ni hace grandes inversiones, además jamás hizo una visita al diccionario.

El joven manzanillero ganó ese dinero durante una estancia habanera que duró algunos meses, casi un año. Aunque es muy joven ya tiene alguna experiencia para seducir “yumas”; aprendió bien pronto, con los “socios” que lo trajeron la primera vez. La juventud y ciertas bondades de su cuerpo le trajeron algún “éxito” en los últimos tres años, y hasta pudo conseguir una permuta para que su madre saliera de aquel bajareque. Con el dinero de su trabajo pudo dar un “vuelto” para que su madre viviera en un apartamento de “microbrigada” en Manzanillo.

Con el resto amuebló la casa y compró un televisor para la “pura”, pues así llama a su madre, y un refrigerador de uso, y algunos “trapos”. Yordán asegura que por eso no le hizo caso a las súplicas de su madre queriendo que se quedara. Cuando vio cómo se había vaciado la billetera puso “pie en polvorosa” y se montó en el camión…; lo malo vino después, cuando hicieron que el camión se detuviera en los límites de Las Tunas con Camagüey, y el policía revisó la “cama del camión” y levantó la lona sucia con la que se había cubierto. Así fue sorprendido, debajo de la lona, y no tuvo otro remedio que soltar 20 CUC, que fueron a dar al bolsillo del policía con tal de que lo dejara seguir.

En La Habana todo comenzó mal desde que el chofer le dijo que tenía que bajarse aunque todavía faltaba mucho para llegar al centro de ciudad. Yordán caminó y caminó, hasta que llegó a la casa de uno de sus “puntos” en San Miguel del Padrón, donde descubrió que ya tenía sustituto, y se sorprendió con la pregunta de su cliente cuando quiso saber si creía que iba a esperarlo hasta su vuelta. Yordán siguió caminando por una ciudad desolada sin que encontrara una guagua, sin que ningún auto a los que estuvo haciendo seña le parara.

En La Habana Vieja se enteró que tendría que pagar seis CUC por noche para dormir, y dos por un plato de comida sin “proteína”, por supuesto animal, esa que los cubanos de tanto extrañarla suponen que es la única. Pero Yordán “amaneció” temprano y se fue a la calle. Si no existían los habituales “lugares de encuentro”; si el Prado y el Parque Central estaban vacíos, y toda la zona del Capitolio y también el parque de la Fraternidad, y el Prado, entonces tendría que inventar…

Y buscó en su libretica de direcciones, y fue en busca del primer “punto”, el de la calle Apodaca, y hasta hizo el trabajito por cinco pesos, porque el cliente estaba asfixiado. En Carlos III tuvo mejor suerte; allí se bañó y atendió al cliente, y almorzó, y hasta durmió una siesta… Un “todo incluido” dice él, y se fue con diez pesos. “La cosa está mala”, le dijo el hombre y él juntó los cinco con los diez y siguió su camino.

En cuatro días ha recorrido casi la toda la ciudad, haciendo eso a lo que él llama “un todo incluido”; y aunque estos días no son esos otros a los que él les dice buenos, por lo menos “come una bobería” y guarda algo, y camina, y se mete en la cama con cualquiera que le pague. “Estos no son días para escoger”, dice, y advierte que “le mete mano a lo que aparezca”. Lo malo es la policía que, como él mismo dice, “está insubordinada” y hay que pagarles bien para que lo dejen tranquilo y en la calle. Él sabe muy bien que así es su negocio, y riéndose asegura que: “tengo que salvar a mis panas”.

Yordán camina la ciudad entera haciendo servicio a domicilio y, para consolarse, se jacta de sus caminatas, y trabaja mucho, siempre desnudo, siempre con esmerados movimientos, con estrategias, para luego poder mandar algo a su madre, porque en Manzanillo también está muy difícil la cosa, quizá tanto como en La Habana. Yordán es uno de los tantos “pingueros” que no se deja amilanar por cuarentenas, porque si no trabaja no come, ni él ni su madre. Si no puede trabajar en los sitios habituales los busca, los inventa si es preciso. El muchacho, riéndose, asegura que si la montaña no va a Mahoma, entonces Mahoma va a la montaña.

Este muchacho manzanillero no sabe nada de ese Francis Bacon que habló de Mahoma y de la Montaña. Él no sabe nada del inglés, pero sabe que hay que trabajar duro en estos días para comer y, a fin de cuentas, como él asegura, no es tan malo lo que hace. Y esa certeza del joven “pinguero” que no sabe nada de Francis Bacon es la que va a salvarlo en estos días de gran penuria. El reconoce que saldrá mucho mejor que un médico o que un maestro, mejor que su madre que pasa largas horas sentada y torciendo tabaco o “lavando para la calle”.

Yordan es perspicaz y tan astuto como Bacon. Él sabe que se puede sacar partido a las crisis, y que si la montaña no llega hasta él, entonces debe ir a buscarla. Yordán no espera nada del gobierno y sabe que si no trabaja no come. Es un pragmático que sabe muy bien que el gobierno no resuelve ningún problema y que mucho menos ofrece soluciones puntuales, que su vida está en su cuerpo y en la calle. Yordán reconoce que no puede esperar a que llegue buenamente esa normalidad que depende de la desaparición de un bicho chino que acongoja y mata.

Su “emancipación” depende de su cuerpo, de las bondades de su cuerpo, y lo usa. Yordán sabe que no puede regodearse, como el gobierno, en las permanentes crisis y en la muy paciente búsqueda de soluciones. Él distingue el mal y discierne, un poco, con ese juicio que le dio la calle, y de ahí sale su resolución. Yordán reconoce, y muy bien, que una crisis puede ser una guía, y se arriesga.

Quizá Cuba debía parecerse un poco a Yordán, a su audacia, al ánimo que lo lleva a trabajar para comer luego. Quizá Cuba debería poner el ojo en el brío de ese muchacho que nada sabe de la existencia de Francis Bacon, pero sí reconoce que hay que salir a buscar la montaña, si es que ella no llega hasta donde él está. Cuba, los que queremos un país mejor, deberíamos salir a buscarlo, incluso en medio de prohibiciones. Cuba podría aprender, también, de los procederes de un pinguero, de sus disposiciones, porque la bonanza y la libertad no llegarán juntas a tocarnos la puerta de la casa.
Share:

0 comments:

Publicar un comentario