domingo, 19 de julio de 2020

Al castrismo le preocupa la imagen positiva de la República.

Por Orlando Freire Santana.

Carrera Gran Premio de Cuba, celebrada de 1957 a 1960.

Es innegable la preocupación de los gobernantes cubanos ante la visión que va apareciendo con frecuencia en las redes sociales de una etapa de la República donde la prosperidad alcanzaba a buena parte de la ciudadanía. Lógicamente la inquietud del castrismo aumenta debido a que esa imagen dorada de la República coincide con esta etapa de crisis en que se halla la sociedad cubana actual.

Al argumento tradicional empleado por la propaganda oficialista para enfrentar la imagen boyante de la República -la existencia de bohíos con sus moradores semiabandonados en intrincadas regiones del país-, se ha venido sumando últimamente la supuesta deformación estructural que padecía la economía republicana.

En ese sentido apuntan a la dependencia que tenía la Isla de dos productos que garantizaban la mayoría de sus exportaciones -el azúcar y el tabaco-, así como la excesiva centralización geográfica de su comercio exterior en el mercado estadounidense. La historiografía económica del castrismo se lamenta de que la Isla no conociese en ese momento de una hipotética diversificación, tanto en los rubros exportables como en el destino de esas producciones.

Semejante punto de vista pasa por alto, por ejemplo, la condición calamitosa en que quedó la economía cubana al finalizar la contienda independentista de 1895, cuando era prácticamente una quimera aspirar a encontrar mercados internacionales para otras industrias o productos que no fuesen los antes mencionados.

Entonces fue poco menos que una bendición contar con la apertura del mercado estadounidense, con preferencias arancelarias en el contexto del Tratado de Reciprocidad Comercial de 1903, para nuestras exportaciones de azúcar y tabaco. Ello permitió que el país se recuperara con rapidez y alcanzara altas cotas de crecimiento económico. A lo anterior agregaríamos que la esencia del referido Tratado de Reciprocidad pudiera oficiar como un precedente de los tratados de libre comercio que actualmente varios países de la región han firmado con Estados Unidos, con buenos dividendos para las naciones de la llamada “periferia”. O si no, que le pregunten al presidente de México.

Mas, en el supuesto caso de que se aceptase la tesis castrista acerca de la deformación estructural de la economía republicana, habría que convenir en que se trataba de una “deformación” sui géneris, pues nuestros establecimientos comerciales se hallaban bien abastecidos (sin colas ni libreta de racionamiento), se lograban zafras azucareras que generalmente superaban los cinco o seis millones de toneladas de azúcar -ahora las zafras rondan escasamente el millón de toneladas-, la Isla casi siempre presentó superávit en su balanza comercial (a partir de 1960 siempre ha habido déficit), y Cuba era un país de inmigrantes, donde chinos, españoles y caribeños venían a disfrutar de las buenas condiciones laborales presentes (ahora todo el mundo se quiere ir de Cuba).

Volviendo a la preocupación castrista, el periódico Granma publicó en su edición del 14 de julio una entrevista con el profesor Fabio Fernández Batista, de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana. El profesor aduce, no sin razón, que la falta de matices con que la historiografía oficial -solo se muestran las sombras- ha tratado la República, ha avivado la expectativa del público por conocer otros relatos.

Sin embargo, el referido profesor parece dar marcha atrás en su “flexibilización” al expresar en otra parte de la entrevista que la única manera de no ser contrarrevolucionario en Cuba es ser anticapitalista. Así, sin matices.

¿En qué plano quedan entonces los cubanos que simplemente simpatizan con el liberalismo, la socialdemocracia, o la democracia cristiana, ideologías que generalmente se desenvuelven en sociedades que clasifican como capitalistas?

Nada, profesor, que usted ha confirmado aquello de que “la cabra siempre tira al monte”.
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