domingo, 19 de julio de 2020

Una Revolución verde como los dólares.

Por Javier Prada.


La noticia de que tan pronto como el lunes próximo la dictadura comunista abrirá tiendas para vender en dólares los alimentos y productos de aseo que desde hace meses escasean en Cuba, está causando indignación entre los nacionales. La unificación monetaria continúa postergándose en la agenda de la nomenclatura; ahora todo lo que importa es atraer hacia las bóvedas la mayor cantidad posible de divisas. El barco se hunde, la situación social se agrava y los tanques pensantes quieren dar un golpe maestro a costa del generoso filón que los ha mantenido a flote durante los últimos 30 años: la emigración.

Ha llegado la hora de comprobar la eficacia de la industria que por décadas han desarrollado. Los cubanos rotos por la separación, nostálgicos del amor filial, sentimentales ante las penurias de mamá y abuelita tienen ahora la “oportunidad” de ayudar al mismo sistema que los obligó a buscar vida en otra parte, depositando dinero en tarjetas ancladas a los bancos cubanos para que sus bienamados compren lo que necesitan a precios “atractivos”.

Según se dio a conocer en la Mesa Redonda, para este grupo de afortunados habrá “un surtido profundo”, es decir, artículos de calidad superior; mientras los comercios en CUC dispondrán de 47 productos de cobertura económica si lo permiten las intermitencias en la producción nacional y las importaciones.

En varios mercados los estantes lucen abarrotados de artículos de perfumería, cereales, conservas; y están a la espera de más mercancía porque para el 26 de julio el comercio debe lucir victorioso aunque solo se trate de un paripé similar a los Lineamientos, la agricultura doméstica y toda la sarta de estupideces que conforman esta burla macabra a los cubanos, tanto a los rehenes de aquí como a los obligados a pagar rescate desde el extranjero con la plata duramente ganada, para intentar darle a su familia lo más parecido a esa vida digna que jamás llegó con el socialismo.

A partir del lunes no pesará gravamen sobre el dólar. Así de justa es la dictadura con aquellos a quienes mucho ha robado, no solo a través del infame impuesto, sino al inflar hasta en un 200% el precio de los productos que se venden en las tiendas recaudadoras de divisas, controladas por los militares. De ello están enterados los emigrados, pero eligen cerrar los ojos porque es grande la necesidad de sus familiares en Cuba.

El castrismo cuenta con esa zozobra. Estratégicamente ha dejado caer el peso de la Isla sobre los hombros de los que viven fuera; mientras los generales y demás parásitos se ocupan de gestionar la miseria colectiva y vivir a todo tren en lujosas mansiones, viajando, dilapidando el erario público y alardeando de fortunas personales de dudoso origen.

Los emigrados se muerden la lengua y depositan los dólares porque los seres queridos están por encima de la política. No obstante, esa convicción debería tener sus matices. Son sagradas las remesas que ayudan a mantener a ancianos, niños pequeños, enfermos y discapacitados adecuadamente alimentados; pero no deberían serlo las que fomentan el acomodamiento de los ciudadanos al estado de cosas.

La dictadura ha cedido a tan sensible demanda porque está desesperada; pero insiste en el mismo modelo económico que no deja a los cubanos prosperar por sus propios medios y capacidades. La dependencia del exterior es bienvenida; la autonomía no. El juego de siempre, con un par de reglas modificadas.

La emigración debe entender que el castrismo vive del desastre que creó con la finalidad de descomponer a la familia cubana y obligar por lo menos a uno de sus miembros a radicarse en el extranjero, para desde allí mantener al sistema comunista. Apoyar a la dictadura mientras un pariente emigrado se rompe el lomo para pagarles a los suyos recargas, ropa, zapatos y celulares de última generación, denota una repugnante falta de entereza. Es hora de decir basta.

El señorío del dólar abrirá brechas insalvables entre los cubanos, crecerán las desigualdades y nuevos patrones de especulación llegarán para quedarse. Pudiera ser el principio del fin que tanto se anuncia, pero de momento solo se anticipa un reordenamiento de la sociedad para distinguir entre quienes poseen cuentas salvadoras, los que manejan CUC suficientes para comprar moneda dura a sobreprecio en el mercado negro, y el batallón de Liborio que malvive con su salario en pesos cubanos.

La volátil revolución vuelve a rasgar su manto rojo para abrazar el verde. No el de las palmas, como prometió el pillo de Birán; sino el del Tío Sam. Dentro de poco Gómez, Maceo, Céspedes y demás mártires de la Patria se batirán en vergonzosa retirada ante el avance de Jefferson, Grant y Franklin. Esa es la movida del castrismo para seguir conectado al respirador artificial. De los cubanos depende cortar el cable de alimentación y terminar para siempre con una práctica onerosa, erigida sobre el chantaje emocional, la mentira y la represión.
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