Por Jorge Dávila Miguel.
Acabo de regresar de La Habana donde se teme un nuevo “periodo especial”. La prensa oficial lo llama “nueva coyuntura” y el Gobierno señala como causas el pobre crecimiento en el primer semestre y una “falta de liquidez” que ha impedido pagarle a ciertos acreedores; algo lamentable porque se debe “continuar restableciendo la credibilidad internacional de la economía cubana” según dijo el presidente Raúl Castro ante la Asamblea Nacional.
Lo cierto es que la población teme que vuelvan aquellos crudos apagones de los 90 en las abrasadoras noches de este verano. El Gobierno ha asegurado, que los recortes ahorradores no afectaran a la ciudadanía, sino a los organismos del Estado. Pero esto es difícil entender, ya que la inmensa mayoría de la ciudadanía trabaja en los organismos del Estado, compra en sus supermercados, adquiere su combustible, acude a sus hospitales, lee sus periódicos, ve su televisión, depende de su transporte y salvo una canción desentonada, todo lo que afecta a los organismos del Estado en Cuba, afecta a la población. Porque la población y el Estado cubanos son como una paloma con dos cabezas; piensen, sufran, quieran exactamente lo mismo o no, no tienen más remedio que seguir aleteando juntas hasta el próximo palito.
Como siempre, ante la “nueva coyuntura” saltaron algunos medios locales en Miami vaticinando, aunque más tímidos que nunca, el próximo “colapso del castrismo”. Y claman además que el vaticinio voló esta vez desde la Isla; desde una sala repleta de periodistas que debatían por enésima segunda vez los mismos temas que debaten los periodistas cubanos desde siempre: como hacer un periodismo revolucionario que cuente la verdad de lo que pasa en Cuba. Dicen que allí mismo la subdirectora de Granma, Karina Marrón, espantó aquello de la “tormenta perfecta” que tanto les dio que hablar en Miami; pero tal como están las cosas en el panorama informativo tanto allá como aquí— uno nunca sabe muy bien donde se crean “las tormentas”, con qué objetivo, ni cómo se las arreglarán al fin y al cabo los periodistas en Miami para hacer un periodismo exiliado que cuente la verdad de lo que pasa en Cuba.
Pero lo cierto es que allá se acerca un segundo semestre más duro que lo deseado, porque a pesar de estar el petróleo muy barato no existe “liquidez” para pagarlo. Y yo que no quisiera que los cubanos pasaran más calor por las noches ni le subieran los precios en el agro me pregunto: ¿Y por qué hay menos liquidez si ahora hay más turistas que nunca y nos han perdonado muchísimo la deuda entre Putin y los del Club de Paris?
Habrá importantes causas comerciales y de alta política internacional, pero humildemente se me ocurre otra. Si usted camina por los mercados de La Habana se encontrará en la labor de búsqueda y captura en que consiste completar la canasta familiar salsa de tomate fabricada en México y España, caramelos importados de Ecuador y sé, porque me lo confesó un amigo totalmente desolado ante el acontecimiento, de que en Cuba se importan galleticas de Viet Nam. Uno es capaz de apreciar la magia y la belleza del trayecto; aquella galletita, fabricada a la vera del golfo de Tonkín, repleta de azúcar cubana, que viaja de regreso los 16.003,13 km de trayectoria (si es en línea recta) hasta esa isla del Caribe, donde es deglutida en su inexplicable encarnación oriental por alguien que tiene los 4,5 CUC para pagarlas.
¿Y no sería plausible fabricar la galletica en Cuba? Si las grandes inversiones en que está interesado el Estado cubano no le permiten ocuparse de tan nimias realidades como la de la galletita vietnamita ¿no habrá cuatro o cinco cubanos que se junten, compren harina, la horneen en Arroyo Naranjo y le eviten al azúcar criollo tantas idas y venidas por el mundo? Y así con tantas otras cosas. Actualmente Cuba importa más del 80 % de sus víveres, entre los que se encuentra la asiática golosina azucarada. En mayo de 1960 consumir productos cubanos era “Hacer Patria” no sé cuánto hayan cambiado las cosas hasta nuestros días para que al fin y al cabo ahora sea al revés.
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