Por Iván García.
Mayara terminó noveno grado con notas de excelentes y el próximo curso escolar ingresará en el bachillerato. En un futuro, piensa acceder a la universidad y graduarse de ingeniería civil o arquitectura.
Mientras llega ese momento, sus vacaciones escolares transcurrirán fregando vajillas, limpiando en su casa o ayudando a la madre a lavar dos veces por semana ocho kilogramos de ropas sucias.
“Me da muchísima pena con mi hija. Pero no tengo dinero para que vaya a la discoteca o alguna fiesta con sus amigas. Ni siquiera para costearle el viaje a la playa en una guagua rentada por vecinos del barrio. De nuevo, tendrá que conformarse con ver televisión y leer libros. Como recepcionista gano 380 pesos mensuales (unos 17 dólares) y ni siquiera me alcanza para comer decentemente. Con su padre no podemos contar. Siempre anda borracho y hace meses no le gira ni un peso a su hija”, expresa la madre de Mayara.
Las vacaciones veraniegas de 2016 revelan nuevas y crecientes desigualdades en Cuba. Hace veinte años, recuerda Daniel, padre de tres hijos, el “dinero tenía mayor valor. Uno podía alquilar una casa en la playa o comer ocasionalmente en un restaurante de lujo. Existían otras opciones al alcance del bolsillo de los trabajadores. Ahora no. Un hotel todo incluido en Varadero cuesta 300 pesos convertibles solo por un fin de semana”, apunta y agrega:
“Hasta alquilar en el campismo se ha convertido en un lujo. A eso súmale que la calle está muy mala. No es que haya violencia, pero los muchachos, aburridos, se ponen a beber alcohol en las esquinas o fumar marihuana. Para una salida a cualquier centro nocturno debes darle 20 o 30 cuc. Y con los salarios tan bajos que se ganan es imposible. Al menos ahora la televisión trasmite la Copa América y la Eurocopa. Y en agosto comienzan los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro”.
Marilyn y su esposo sí tienen planes para este período vacacional. “A finales de mes iremos con nuestra hija a comer sushi a una paladar de comida japonesa. También vamos a ir dos o tres veces a la piscina de un centro turístico y ya reservamos seis noches en un hotel de Cayo Coco”, comentan.
“¿Reciben remesas o tienen un negocio privado?”, indago. “Más o menos. Cuatro o cinco veces al año viajo a Ecuador, México o Panamá a comprar pacotillas y piezas de automóviles y motos. Una parte del dinero que gano lo guardo para gastarlo en las vacaciones escolares de mi hija”, reseña el esposo de Marilyn.
Aunque el turismo nacional en hoteles de cuatro y cinco estrellas, en la opción Todo incluido, se aproxima al millón de personas, en los dos meses de receso escolar, la mayoría de los residentes en La Habana llevan a sus hijos a la playa, el zoológico y el acuario nacional.
Los que no viven en la capital suelen tener menos opciones recreativas, aunque hay provincias que se esmeran en organizar planes especiales para los meses de julio y agosto.
“Resido Los Hoyos, en Santiago de Cuba. Allí desde que amanece es empinando el codo. En las regiones orientales todo es más complicado. No hay dinero, comer papas o naranjas es un lujo y el agua potable se distribuye cada ocho o nueve días. Lo que queda es ver televisión, beber alcohol, chismear entre vecinos y rezar para que no venga un terremoto o un huracán poderoso y nos borre del mapa”, acota Fermín, un santiaguero de visita en la capital.
Ahora que el curso escolar terminó, ya forma parte del panorama habanero decenas de niños y adolescentes correteando por las calles hasta altas horas de la noche y grupos de jóvenes, hablando a gritos de fútbol o haciendo planes para emigrar sentados en cualquier esquina del barrio.
Otros prefieren arman una mesa de dominó, hacer una colecta para comprar ron de cuarta categoría y amanecer entre el escándalo provocado por el juego y el reguetón a toda mecha.
Son los menos los que pueden pagar 5 o 10 cuc para entrar a una discoteca o beber cerveza importada a 1.50 cuc en un bar privado climatizado mientras pican bolitas de queso.
Siempre habrá opciones baratas como el teatro, los museos, ir al cine o sentarse en el malecón a disfrutar la brisa nocturna con un grupo de amigos y una guitarra de cajón para matar el tiempo.
Pero el pésimo servicio del transporte público y ofertas culturales poco atractivas, en ocasiones aleja a muchos jóvenes de una manera sana y económica de recreación.
Para un segmento amplio de cubanos, distracción es ver en la tele insípidos culebrones brasileños, jugar dominó o tomar aguardiente barato. No es que lo desean. Es que el dinero lo cuentan por centavos.
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