martes, 22 de noviembre de 2016

Del Aragón que Echenique no conoce y la España que no merece.

Por Federico Jiménez Losantos.

Nunca pensé que mi improvisada diatriba contra Echenique o Echeminga-dominga, flamante teórico del neoseparatismo baturro, tuviera tanta repercusión: 330.000 descargas en YouTube llevaba ayer. Muy mal anda España para que a un simple aficionado a enterarse de dónde ha nacido, que eso es la Historia, lo atiendan tantos.

Pero en toda improvisación se cuelan errores, así que aclararé tres que los escuchantes me han señalado: 1/ el Compromiso de Caspe fue en 1412 y no 1420. 2/ Rosario, ciudad natal de los defraudadores Messi y Echenique, que cuando hace años estuve dando una conferencia tanto me recordó la Zaragoza de 1969-70 donde estudié Filosofía dos años, no es la capital de la provincia de Santa Fe, aunque sí la ciudad mayor, con 1.300.000 habitantes. La capital es Santa Fe (450.000), fundada por Juan de Garay sobre el solar de Cayastá, muy anterior a la Villa de Rosario y a la propia Buenos Aires. Dije que Rosario era la capital porque vi su empaque y porque, cuna de liberales clásicos y de estafadores modernos, Pujol Ferrusola compró su puerto hace unos años, con dinero robado, supongo que pensé que semejante capitalón merecía una capitalita. Erré.

Recuerdos de una Zaragoza olvidada.

El tercer error fue decir, más enfadado que despierto, que Caesar Augusta (Saraqusta-Zaragoza) fue fundada por Julio César y no por su sobrino Octavio. Hoy creen los historiadores que la ciudad, base del Conventum, existía antes de César y cambió después de Augusto. Qué más da. Todo lo que fundó o reformó Julio César en Hispania, que fue muchísimo, lo mejoró Octavio Augusto, Pero el error tiene una explicación zaragozana y divertida que tal vez valga la pena recordar.

Cuando viví allí, Labordeta me animó a hacer una antología de la excelente poesía aragonesa de posguerra, libro que terminé y no publiqué porque me fui a Barcelona y lo perdí de vista. Estará entre los papelotes de José Antonio o perdido del todo. Para hablar de su parte en esa antología, una tarde de domingo fui a casa de Julio Antonio Gómez, uno de los dos grandes malditos de la cultura aragonesa moderna (el otro fue el cineasta turolense José Antonio Maenza), excelente poeta e inocultable aunque ocultón gay que murió en Marruecos regentando una especie de pensión dizque de chaperos. Era El Gordo un tipo estrepitoso y genial, en el estilo de la generación del Niké cuya gran figura fue Miguel Labordeta, hoy semiolvidado y seguro que desconocido por el pibe Echenique. Sobre él publiqué, hace mucho, un ensayo malo y, hace menos, un pastiche bastante bueno en Poesía perdida. No creo que Echenique lea poesía, pero sobre la más antigua de mis tareas literarias le remito a Antón Castro en El Heraldo de Aragón.

Total, que esa tarde, Julio, tras enjabonar, secar y perfumar a un descargador del mercado, me dijo, en confianza:
Mira, niño: aquí hay que decir que nos fundó Julio César porque era más guapo y porque César Augusta da Zaragoza. Si decimos que nos fundó Octavio nos llamaríamos Octaviaza, que ya es lo que nos faltaba.
¿Sabrá algo Echenique de la generación del Niké, del Miguel de Sumido 25, del José Antonio de Las Sonatas, del Julio Antonio Gómez del título interminable: Al oeste del lago Kiwú los gorilas se suicidaban en manadas numerosísimas? ¿Sabrá de los borrachos líricos de El Pozal, de Ciordia, de Luciano el impresor -me editó tres poemas y logró cobrarlos-, de aquellos personajes extraordinarios de la Zaragoza gusanera, siempre quitándose importancia, en cuya Universidad enseñaron Blecua (ah, sus Clásicos Ebro), Ynduráin, Mainer, Díaz Borque, Sanz Villanueva…. ¡Y eso, sólo en Literatura!

¿Sabrá algo de las formidables librerías zaragozanas, boticas de todas las novedades? Recuerdo ir a Hesperia a comprar los libros prohibidos del exilio, que estaban en un cuarto disimulado tras un panel giratorio. Y mirar sin cansarme los escaparates con lo último de lo último del 68 francés en la Universitaria, la mayor de las de los Alcrudo, cuyo hijo José Miguel fue el editor y uno de los fundadores, con los aragoneses Rubio, Broto, Tena y yo mismo, de la revista Diwan?¿Sabrá Echenique que lo que un podemita instruido –alguno hay- llama lunfardo pirenaico y él pretende usar ahora como bandera de la soberanía aragonesa, es la fabla de toda la vida, que el rebautizado Anchel Conte (Ángel antes de suspender las oposiciones e ir de maestro al Pirineo), oyó a sus alumnos y editó Batlló en El Bardo? ¿Sabe algo Echenique de lo que hace cuarenta años era la actividad intelectual en Zaragoza? ¿Sabe que Andalán, origen no sólo de tantos disparates nazionalistas que presenta como suyos, fue concebido por el beato Eloy Fernández Clemente, Labordeta y los arrecogíos del colegio San Pablo de Teruel, donde tanto aprendimos y tantísimo disfrutamos los becarios de nuestra provincia?

Recuerdo de un Teruel más que ilustrado.

Él no lo sabe, porque es de Rosario y no ha estudiado. Yo sí, porque soy de Teruel y, gracias a una beca, estudié en ese hogar del aragonesismo moderno, con mentores como Jesús Oliver, en aquel Instituto loco dirigido por Eduardo Valdivia, con pupitres de a cuatro, al lado de Jaime Caruana (hijo), Virto (tío de Cristina Pardo), Manuel Pizarro o los Trillo. Allí enseñaban Caruana (padre), Saro Garcés, Juana de Grandes, Duhalde, Novella, Amparo Benaches o Marie-Claude Grélier, que nos enamoró del francés. Allí leíamos las novelas del Boom, escribimos poesía, nació (perdonadnos) la canción aragonesa, con Labordeta, Carbonell y Cesáreo Hernández, se creó el cineclub Luis Buñuel y La balumba, dirigida por Labordeta y Sanchís -cuya entonces esposa Magüi Mira había dejado el teatro y nos daba té y simpatía-. Entre los actores, mi vecino Pedro Espinosa, mis amigos Fernando Sarrais, Gonzalo Tena y Maria Pilar Navarrete, Carmen Magallón… y yo.

Todo esto lo he contado, con más detalle y humor, en el prólogo que me pidió Labordeta para uno de sus libros de memorias, Tierra sin mar. Si lo recuerdo ahora es para que se entere Echenique de que Aragón, incluso en su provincia más pobre, Teruel, incluso los más pobres de esa provincia, los becarios del Instituto, de la Escuela de Maestría Industrial y la Escuela Sindical (FP, mucho mejor que la de hoy) y de Magisterio, incluso los que dejamos nuestros pueblos a los 10 años para estudiar el Bachillerato con sus révalidas y Preu, en el internado del Frente de Juventudes (luego en el privado y autogestionado San Pablo), y las chicas, que en igualdad de condiciones estudiaban en las Teresianas, las Terciarias o el Sagrado Corazón, nosotros, los pobres, ni fuimos ni nos hicieron sentir jamás cabecitas negras, criaturas tercermundistas o descamisaditos de Evita a los que acogían por lástima.

Al contrario: gracias a la política educativa del tardofranquismo y al esfuerzo de los profesores, tuvimos acceso a una excelente educación, comparable a la mejor de entonces y mejor que cualquiera de las de ahora. Porque ni Aragón ni España eran el Tercer Mundo ni nosotros esclavos de las colonias esperando que un Echenique nos autodeterminara. Nosotros éramos, sencillamente, niños españoles que tuvimos el apoyo de la Nación para poder estudiar una carrera y ganarnos la vida honradamente, mejorando las circunstancias familiares de pobreza, aislamiento u orfandad que por la Guerra Civil o cualquier otra desgracia hubiéramos heredado. No nos educó nadie en el rencor. Sencillamente, nos educó. Nadie nos dijo que nos regalaba nada, aunque nos dieron lo que tenían. España necesitaba "que ninguna inteligencia se pierda por falta de medios". Ese era el lema del PIO (Patronato de Igualdad de Oportunidades), el de las becas que se renovaban con media de 7 pero gracias a las que pudimos estudiar miles de niños venidos de cualquier rincón de Teruel.

Podemos se abona al separatismo.

Si cuento esta historia que no es simplemente mía sino la de toda una generación que, por primera vez en nuestra larga Historia, pudo estudiar solamente en función de su talento y esfuerzo, no de su cuna y su dinero, es porque ningún español debería tolerar por más tiempo que se nos niegue lo que hemos vivido para alterar lo que somos y destruir lo que podríamos ser. Nadie debería callarse mientras vemos a la izquierda populista de Podemos proporcionar la dinamita que necesitan el separatismo catalán y vasco para volar nuestra nación, aquella España generosa que nos pagó los estudios.

Lo de menos es el espectáculo grotesco de un argentino nazionalista propugnando la liberazión de Aragón. Nada superará su interpretación de la delicada jota feminista de La minga Dominga, mientras los Iglesias, beodos, le llaman "¡Presidente, Presidente!".Pero, aunque infame, la patulea no es tonta. Y esta semana, Teresa Rodríguez y Echenique han anunciado el plan podemita para emprender un proceso paralelo al catalán de rebelión contra el Estado y de negación de la nación española, en dos regiones clave para su fracaso: Andalucía y Aragón. Este audaz movimiento cambia la estrategia de comunistas y separatistas y les otorga la iniciativa política ante un Gobierno, el del PP, recién nacido y casi muerto, abonado a la eterna subvención del separatismo catalán; y ante un PSOE que es incapaz de aclararse con la P y con la E.

Rodríguez y Echenique se han limitado a repetir el mantra que ZP convirtió en oficialmente progre: España como nación es "un concepto discutido y discutible". A cambio, es indiscutible cualquier nación no española que, por esclavitud de la historia, siempre fue España: Cataluña, Aragón, Andalucía, etc. La de los Clinton de Cádiz dice que Andalucía es "una nacionalidad histórica" y pide ejercer su soberanía, léase autodeterminación, independencia o algo. El jotero pampero cambia la letra pero no la música. Tras cinco píldoras de Laclau, el fascioleninista que hizo de Errejón un Valdanágoras, Echeminga presenta al separatismo aragonés como "alud ciudadano", "sujeto constituyente" o "soberanía de la gente". Tanto da. Se trata de negar a España, de convertir a Aragón en un "país" más, como cualquiera de los "Països Catalans" y desarmar la resistencia que, por legitimidad y fuerza electoral, suponen Aragón y Andalucía.

Por eso, en lo referido a Aragón, empecé la improvisada prédica matutina con esta afirmación: "España es anterior a Aragón". Lo es, pero eso es lo que resulta inaceptable para el separatismo catalán, que pretende imponer la idea contraria: Cataluña es anterior a España, creación artificial.

Volviendo a la historia del nacimiento de Aragón: el condado dependiente de Pamplona que hace poderoso Aznar I Galíndez, y que recibe a título de Reino aunque sin derecho a titularse rey, porque no era primogénito, Ramiro I hace mil años, pero lo recibe de Sancho III el Mayor, que se titulaba "Rex totius Hispaniae". Porque Aragón, como Castilla tras León y Asturias, fueron siempre piezas de un proyecto político cuyo fin último, apoyado desde Europa por Carlomagno y, de forma más fértil por el Camino de Santiago, siempre fue el de reconquistar la Hispania/España de Roma y de la Cruz.

Tras la caída del Imperio Romano, Hispania se convirtió en un reino independiente bajo el dominio militar de los visigodos, que finalmente se mezclaron con los hispanorromanos, abrumadora mayoría, renunciaron al arrianismo y con Leovigildo y Recaredo asumieron la idea que ya rige en tiempos de Teodosio, en el Siglo IV, que desarrolla rasgos culturales y religiosos que algunos llaman pre-nacionales y que, al margen del nombre, definen desde el principio lo hispano como hijo de la civilización romana y cristiana, Espada de Roma o Roma después de Roma. Siempre fue así.

La historia de Aragón se resume en dos tumbas.

La doctrina del nacionalismo aragonés, calcada del catalán y que ahora copia Podemos, pretende que un minúsculo rincón pirenaico, que dependía del pequeño reino pamplonés, que a su vez dependía militarmente de los francos cuando apretaba el Islam, pudo desarrollar espíritu nacional y crear una estructura de Estado. En cambio, ocho siglos de civilización romana y gótico-romana no pudieron desarrollar absolutamente nada. El problema del nacionalismo en fabla que simiescamente imita Echenique es que se olvida de casi todo el Aragón real, que llega hasta Teruel, mientras sueña con un Aragón nunca existente y cuya reciedumbre es pura filfa. No obstante, podríamos olvidar las gansadas de estos okupas del nacionalismo aragonés si no desembocaran en la petición de una soberanía nacional que, por lo visto, nos fue hurtada estos últimos mil años. En los mil anteriores, de saber algo, Echenique podría haber incluido el Estado romano que con capital en Osca (Huesca) creó Sertorio, que dominó casi media Hispania. Y en los dos siglos de Estado visigodo, de no ser asaltacapillas, podría haber señalado la figura de Braulio, comparable a la de San Isidoro de Sevilla, que en Zaragoza consiguió un respetado y respetable lugar de civilización. Claro que, como el autor del Laudes Hispaniae, el gran canto a la nación española, Braulio no creía que Aragón y España estuvieran por emancipar.

¿Lo creían Alfonso I El Batallador, conquistador de Zaragoza, Jaime I El Conquistador, que tomó Valencia, perdida desde la muerte del Cid, en cuya conquista, por cierto, ayudó Pedro I? ¿Y los compromisarios de Caspe que eligieron a Fernando de Antequera, un Trastámara, cuando siguiendo la costumbre regional de morir sin descendencia lo eligieron rey de Aragón? ¿Lo creía nuestro mejor rey, Fernando El Católico, que lo fue también de Castilla - consorte y regente tras morir Isabel- cuando incorporó a Navarra definitivamente a la Corona de España (vía Castilla) desbaratando el plan borgoñón y antiaragonés de pactar con su enemiga secular, Francia que es lo que quería su yerno, Felipe el Hermoso?

No. Los reyes de la Corona de Aragón, como los de la de Castilla, tenían el mandato histórico de recuperar la España romana y cristiana. Y lo hicieron. La historia de la Corona de Aragón se resume en dos tumbas: la de los antiguos reyes en San Juan de la Peña y la de Fernando en Granada. Lo que empieza como reducto de resistencia al Islam termina en el lugar de su derrota. La gloria de Aragón es forjar, con Castilla, la Corona Española. Si Echenique quiere empezar a alfabetizarse en Historia de Aragón debería ver esos dos lugares. ¿Cómo reducir a mísero "país" a uno de los grandes actores de la recuperación de la España antigua y la creación de la nueva?

Otro día me extenderé –hoy ya lo he hecho en demasía- sobre lo que los aragoneses del Siglo de Oro, la Ilustración, los Sitios de Zaragoza o las Cortes de Cádiz entendían que era su nación. Si Echenique fuera algo más que un oportunista al soviético modo, que busca romper España mediante taifas nacionalistas que, asociadas al separatismo etarra y catalán, le lleven al Poder de lo que quede, estaría dispuesto a servirle de guía en los Pirineos y Sierra Nevada. Mientras, seguiré combatiendo pacíficamente ese sórdido proyecto de liquidar mis dos patrias, la chica y la grande. Claro que podría volverse a la suya de nacimiento y los dos nos ahorraríamos el esfuerzo.
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