Por Norberto Fuentes.
Caso Cojimar
El 1 de julio de 1993, un ciudadano americano y un residente cubano-americano recibieron disparos de las autoridades cubanas cuando intentaban recoger familiares y traerlos a los Estados Unidos. También mataron a tiros a tres cubanos cuando nadaban hacia el barco que esperaba. Rick Hoddinott y Hugo Portilla, que había escapado en una balsa en 1992, pensaba que no tenía otra opción sino regresar a buscar a su esposa, Lourdes, y a su hija de cuatro años, Monica. La embarcación, de 32 pies, fue vista fácilmente por los cubanos que esperaban en la costa. Hoddinott testificó más tarde que "lo próximo que vi fueron unas cuarenta personas que nadaban hacia el barco".
Entre los nadadores estaban el esposo y el hijo de Barbara Manzini. Barbara, una ciudadana americana que estaba de visita con sus familiares en Cuba, se quedó en tierra y vio desarrollarse los acontecimientos. El simple rescate de dos personas se haría caótico. No pasaría mucho tiempo antes de que atrajera la atención de los guardacostas cubanos estacionados a sólo tresciendas yardas. Hoddinott recuerda haber visto seis o siete guardias en la playa y luego a un barco del gobierno cubano. Los oficiales cubanos, que dijeron después que el barco encallado no estaba "cooperando con la demanda de detenerse", abrieron fuego de repente, aunque el esposo de Barbara Manzini, Rigoberto Hernández, gritaba desde el barco: "¡No disparen! ¡No disparen! El barco no se puede mover -está varado". Hoddinott fue alcanzado dos veces en la rodilla y una vez en el pie por las balas de los guardias que ahora disparaban desde la playa y desde el barco del gobierno. Varios cubanos que nadaban hacia el barco de rescate, indefensos y vulnerables, recibieron también disparos. Hoddinott recuerda haber escuchado los gritos de los niños y haber visto aguas ensangrentadas batir los blancos paneles del barco. Cuando terminaron las ráfagas del guardia, diez nadadores cubanos estaban seriamente heridos y tres de ellos, todos jóvenes, muertos.
El más joven de las tres víctimas era Loamis González Manzini, de 16 años. Su madre Barbara, cuyo padre murió en 1961 también cuando intentaba escapar de la isla, fue arrestada después por protestar por la muerte de su hijo. Fue encarcelada como una supuesta "organizadora" de la fuga. Los guardias dispararon también contra el esposo de Barbara durante el desastre.
Una segunda víctima, Mario Horta Jr., tenía sólo 19 años. Su padre, que vive en Miami, ha dicho: "Nunca pensé que perdería a mi hijo a manos del mismo régimen criminal que mató a mi padre. Mi padre fue ejecutado por el gobierno por 'actividades contrarrevolucionarias'. Sólo quería un poco de justicia y libertad, igual que mi hijo".
La tercera víctima, Alfredo Evelio Marin, murió a los 26 años. En ese momento su madre, sin sospechar nada, estaba visitando familiares en Miami.
El tiroteo fue tan intenso que despertó a todo Cojímar. Varias casas cercanas a la playa recibieron disparos. Cientos de personas se reunieron en la playa y observaron la masacre. Cuando llegó la policía, el pueblo ya estaba indignado con lo que había visto. "Algunos empezaron a tirarle piedras a los carros de la policía y a gritar consignas contra el gobierno, y otros tiraban botellas", testificó Barbara Manzini. El régimen de Castro respondió enviando tres camiones llenos de tropas del Ministerio del Interior especialmente entrenadas alrededor de medianoche.
Hoddinott describe lo que vio después que ayudó a una muchacha y a su madre en tierra: "Cuando llegué al fin a tierra, había cientos de manifestantes, quizás mil, que gritaban y me aplaudían como si yo fuera un héroe". Como Hoddinott estaba perdiendo mucha sangre, dos mujeres lo pusieron en un taxi y lo enviaron a un doctor, donde fue localizado después por las autoridades cubanas y trasladado a un hospital. Aunque en el hospital comía arroz y frijoles, pescado y carne diariamente, enseguida se dio cuenta de que otros pacientes no eran tratados igual: "Creo que estaban tratando de impresionarme, para que cuando regresara (a EU), parecieran buena gente", dijo Hoddinott.
Caso de Regla
En la noche del 13 de octubre de 1993, Luis Quevedo Remolina, de 23 años, y siete amigos, lanzaron su rudimentaria balsa al mar. A las 7:00 p.m., los ocho jóvenes se subieron a un camión y se dirigieron a la costa. En algún sitio de la carretera entre Bacuranao y Tarará, los guardias vieron el camión y le dispararon. Mientras el camión se detenía, los jóvenes saltaron y corrieron en todas direcciones. Los guardias capturaron enseguida a todos menos a uno, que siguió eludiéndolos hasta que fue atrapado entre ellos y el océano. Luis Quevedo Remolina, gritó "No disparen" y se rindió. Los guardias no dispararon. En cambio, comenzaron a golpear a Luis Quevedo repetidamente con la culata de los rifles. Cuando se cansaron de golpearlo, su víctima estaba cubierta de sangre y apenas agarrado a la vida. El resto también fue golpeado y luego llevado a Villa Marista. Luis Quevedo fue llevado a un hospital donde murió. Su familia, después de buscar frenéticamente en las estaciones de policía, hospitales y morgues, fue informada al fin de su muerte 15 horas después. El gobierno cubano le dijo primero a Esther Remolina que su hijo había muerto instantáneamente, al recibir un disparo cuando intentaba escapar. Cuando fue a vestirlo para el funeral, sin embargo, se desmayó: no había disparos, sino contusiones y huesos partidos.
En un conmovedor testimonio grabado por el activista pro derechos humanos Ladislao Velázquez (que fue arrestado poco después), la madre de Luis describió las condiciones del cuerpo de su hijo: "Le aplastaron los testículos. Le rompieron la mandíbula, le rompieron toda la boca. Lo golpearon con las ametralladoras en el estómago. Dijeron después que había muerto de un disparo pero cuando fuimos a vestirlo en la funeraria vimos que no tenía ninguna herida de bala. Lo despedazaron. Son asesinos. Son fascistas. Son criminales."
La noticia se regó rápidamente por el pueblo natal de Luis Quevedo, Regla. Cuando se supieron los detalles, la intranquilidad pública se convirtió enseguida en indignación, aunque la prensa gubernamental .... ni si quiera informó la versión gubernamental del caso. Mientras tanto, no se le permitía a amigos y familiares de los siete jóvenes detenidos en Villa Marista que los visitaran. Uno de ellos, Luis Abel Rodríguez Aguilera, estaba herido de gravedad por haber sido golpeado repetidamente con la culata de una ametralladora en la cabeza. Para evitar que su madre viera las heridas, los guardias de seguridad le dijeron que su hijo no quería recibir visitas.
En la tarde del 15 de octubre, unos 300 dolientes caminaban detrás del carruaje que llevaba el cuerpo de Luis Quevedo. Muchos más se unieron espontáneamente al atravesar el pueblo el cortejo. De repente se encontraron que la policía había puesto barricadas en la calle principal para desviar a la creciente multitud. Gritos pidiendo justicia y el fin de la dictadura de Castro empezaron a llenar las calles de Regla. "Asesinos, comunistas", gritaba la multitud. Lo que había empezado como una solemne marcha fúnebre se había convertido en toda una protesta pública contra la represión.
El chofer del carro fúnebre se negó a pasar por la estación de policía. Los dolientes, sin embargo, estaban decididos a expresar su dolor. Eide Regosa Pérez rompió las ventanillas traseras del carro (por lo cual fue condenado a un año en prisión). Abrieron la puerta y sacaron el ataúd. Los dolientes corrieron, queriendo todos cargar la caja, y el ataúd fue levantado. La multitud lo colocó frente a la estación de policía. Los gritos de "¡Abajo Fidel! ¡Abajo la dictadura!" se hacían más fuertes mientras la policía amenazaba a los manifestantes: "Sigan, sigan, cuando esto se termine los vamos a golpear a todos". Más tarde cumplieron sus amenazas y muchos fueron heridos y llevados a clínicas.
En el cementerio, una multitud que esperaba se unió al cortejo fúnebre. Aunque la policía, que llegó alrededor del mediodía, trató de dispersar la multitud con amenazas y diciendo que no se permitiría ningún entierro ese día, la gente se negó a abandonar el lugar. A las 2:00 p.m. la policía llamó a las Brigadas de Respuesta Rápida y le dio instrucciones para que dispersaran por la fuerza a la multitud. Identificados con pañuelos amarrados en el brazo, empezaron a atacar a los manifestantes con palos y cadenas. Uno de los golpeados y arrestados fue Daniel Santana Quevedo, hermano del muerto.
Daniel, cuya herida en la cara necesitó después quince puntos, fue llevado al Departamento Técnico de Investigaciones. También llevaron a ese lugar a los hermanos Héctor y Eduardo Quevedo y a los hermanos Eduardo y Manuel Paz Quevedo, todos familiares del muerto. Aproximadamente unos 30 cubanos fueron arrestados en conexión con los acontecimientos de ese día.
El siguiente testimonio de la madre de Luis Quevedo REmolina, Esther, ilustra cómo la familia seguía siendo perseguida casi diez meses después del asesinato de su hijo. Esther habla de su encuentro con Jorge Rojas, periodista del gobierno, que intentó obligarla a decir que las acciones del gobierno estaban justificadas. Accedió a hablar porque Rojas le garantizó que la entrevista aparecería en la televisión cubana.
Ante las cámaras y micrófonos, Rojas me preguntó qué pensaba de la muerte de mi hijo. Le respondí que no era lo que yo pensaba, sino que lo que había ocurrido realmente, era que mi hijo había sido asesinado. Le expliqué cómo abrí el ataúd, revisé a mi hijo, le saqué el algodón de la boca y vi sus dientes rotos, sus pómulos rotos. Lo vi brutalmente golpeado. Entonces el periodista dijo que Luis había muerte de una herida de bala. ¿Qué bala? Yo no vi ninguna bala, y aunque eso fuera cierto, es un asesinato, porque las balas no caen del cielo. Yo vi los golpes y deformaciones que tenía mi hijo.
Entonces, Rojas dijo que si yo no cooperaba, mi otro hijo, Daniel Santana Quevedo, que ahora está encarcelado en el Combinado del Este, sería condenado a más años de prisión. Y que si yo decía otra cosa, Daniel recibiría una sentencia menor. Yo respondí que no importaba si la sentencia era de seis meses o de por vida, era injusta porque Daniel era culpable sólo de protestar por la muerte de suhermano. Nunca pasaron mi testimonio por televisión. Esa no era la verdad tras la cual estaban". Daniel, el hermano de Luis Quevedo, fue sometido a abusos físicos por lo menos en tres ocasiones. Durante la manifestación, agentes de Seguridad del Estados vestidos de civil lo golpearon hasta dejarlo inconciente con bolas de hierro metidas en el puño. Mientras era arrestado por "desafío", la policía cubana golpeó a Daniel de nuevo, pero esta vez en su propio hogar, en presencia de sus hijos, entre ellos su hija de siete años. Fue entonces trasladado al Combinado del Este, donde los guardias intentaron obligarlo a gritar "Viva Fidel". Cuando se negó, Daniel fue golpeado brutalmente hasta que perdió el conocimiento. La represión está lejos de haber terminado: los Quevedo están bajo vigilancia constante, los activistas que han luchado por informar al mundo lo que ocurrió esa noche de octubre en que fue asesinado el joven Luis han sido silenciados sistemáticamente por la policía política de Cuba.
Aquí en Cuba, se violan los derechos humanos. Yo misma estoy pasando algo inenarrable. Soy una muerta en vida. Asesinaron a mi hijo, un pelotón de fusilamiento asesinó a mi hermano en 1974, y tienen en prisión a mi hijo Daniel por protestar por el asesinato de su hermano. Quiero que el mundo entero escuche mi ruego. Quiero justicia para mi hijo Daniel que está encarcelado injustamente. Quiero que todo el mundo sepa que donde quiera que vaya, seguiré diciendo que ellos asesinaron a mi Luis. Y pido justicia, no sólo para mi hijo Daniel, sino para todos los jóvenes de Cuba.