Por Raúl Rivero.
A Gabriel García Márquez no le hacían mucho caso en Cartagena. No le paraban bolas, decía él, porque en la costa “no hay prestigio que dure 24 horas. Yo salgo a la calle y todos es ‘Quibo, Gabo’. Nadie se acerca a molestar pa’ nada, ni a pedir empleo, ni autógrafos, ni a decirme si leyeron o no leyeron el libro. Eso es estupendo”.
Por otra parte, no importaba dónde estuviera en realidad el escritor, en qué lugar del planeta Tierra y a cuántos miles de kilómetros de Cartagena de Indias; en los bares de esa ciudad como Quiebra Canto, Candela tú o Míster Barbilla, los parroquianos estaban seguros de que el Gabo entraba en cualquier momento o salía del reservado donde tenía una tertulia con varios amigos.
A Gabriel García Márquez no le hacían mucho caso en Cartagena. No le paraban bolas, decía él, porque en la costa “no hay prestigio que dure 24 horas. Yo salgo a la calle y todos es ‘Quibo, Gabo’. Nadie se acerca a molestar pa’ nada, ni a pedir empleo, ni autógrafos, ni a decirme si leyeron o no leyeron el libro. Eso es estupendo”.
Por otra parte, no importaba dónde estuviera en realidad el escritor, en qué lugar del planeta Tierra y a cuántos miles de kilómetros de Cartagena de Indias; en los bares de esa ciudad como Quiebra Canto, Candela tú o Míster Barbilla, los parroquianos estaban seguros de que el Gabo entraba en cualquier momento o salía del reservado donde tenía una tertulia con varios amigos.
El 13 de julio es la fecha en que Ileana de la Guardia recuerda una herida abierta en su vida. Ese día de 1989, su padre, Antonio de la Guardia, Coronel del Ministerio del Interior de Cuba, fue fusilado luego de ser condenado a pena de muerte por el delito de “tráfico de drogas” y “traición a la patria”, sentencia dictada por un Tribunal Militar Especial cubano.



