Por Raúl Rivero.
A Gabriel García Márquez no le hacían mucho caso en Cartagena. No le paraban bolas, decía él, porque en la costa “no hay prestigio que dure 24 horas. Yo salgo a la calle y todos es ‘Quibo, Gabo’. Nadie se acerca a molestar pa’ nada, ni a pedir empleo, ni autógrafos, ni a decirme si leyeron o no leyeron el libro. Eso es estupendo”.
Por otra parte, no importaba dónde estuviera en realidad el escritor, en qué lugar del planeta Tierra y a cuántos miles de kilómetros de Cartagena de Indias; en los bares de esa ciudad como Quiebra Canto, Candela tú o Míster Barbilla, los parroquianos estaban seguros de que el Gabo entraba en cualquier momento o salía del reservado donde tenía una tertulia con varios amigos.
A Gabriel García Márquez no le hacían mucho caso en Cartagena. No le paraban bolas, decía él, porque en la costa “no hay prestigio que dure 24 horas. Yo salgo a la calle y todos es ‘Quibo, Gabo’. Nadie se acerca a molestar pa’ nada, ni a pedir empleo, ni autógrafos, ni a decirme si leyeron o no leyeron el libro. Eso es estupendo”.
Por otra parte, no importaba dónde estuviera en realidad el escritor, en qué lugar del planeta Tierra y a cuántos miles de kilómetros de Cartagena de Indias; en los bares de esa ciudad como Quiebra Canto, Candela tú o Míster Barbilla, los parroquianos estaban seguros de que el Gabo entraba en cualquier momento o salía del reservado donde tenía una tertulia con varios amigos.